Leo en la edición digital de LA VOZ DE ALMERÍA una encuesta-concurso que trata de averiguar el nivel de conocimiento y uso de la terminología almeriense. Es decir, una evaluación en directo de nuestra capacidad de comprender y articular mensajes empleando términos exclusivos del habla local. La encuesta plantea tres significados diferentes para cada palabra y permite comprobar inmediatamente si has acertado o no. Picado por la curiosidad, he hecho el examen acertando todas las preguntas a excepción –y de ahí sale por tanto la columna que está leyendo- de la que trata del significado de la palabra “ardiles”. Según la encuesta, la voz “ardiles” es sinónimo de “ser hacendoso”, antes que de “tener astucia” o “tener interés”, que fue la opción que escogí. Desde aquí planteo a los autores de la encuesta que reconsideren la catalogación del término, no sólo porque aunque “ardiles” como tal no figura en el diccionario de la RAE, sí que aparece la voz “ardil” con el significado de “mañoso, astuto, sagaz”. Además de eso, siempre he pensado que tener ardiles no significa ser solícito y diligente en las tareas domésticas, tal como recoge la Academia para el término “hacendoso”, y que tampoco significa tener el hábito del orden o la capacidad natural de dejar como un jaspe los espacios empercudíos. Más bien creo que debemos considerar la expresión “tener ardiles” como una apelación al dinamismo para conjurar el letargo y la inacción. En su uso doméstico, las madres almerienses han apelado a los ardiles de sus hijos para evitar el apollardamiento propio de los zangolotinos endormiscaos en periodos vacacionales o cuando sus habitaciones desordenadas se asemejan a un badulaque o leonera. No obstante, todas estas interpretaciones tienen un valor meramente orientativo. Para cogerle el berimbol al diccionario almeriense hay que hacer cursos intensivos de americanos en el Amalia, de chérigans en el Parrilla y de medias con tapa en el Puga. Y eso lleva su tiempo. Vamos, que no se aprende en una chispitica.
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