Mi deseo es contemplar la luna desde cualquier lugar de la tierra. Esta vez me tocó sentada en un banco de un bulevar de la periferia. Llevaba días presintiendo que una nueva luna empezaba, pero no la veía en el firmamento.
Es verdad que resulta imposible ver la luna en su primer día, pero a veces al segundo o al tercero sí. Qué tenue era ayer al atardecer cuando la divisé en su tercer día.
Insistí mirando al cielo y lo conseguí, pero muy pronto desapareció detrás de los edificios, y entonces decidí caminar hasta el faro del puerto.
Cuando salí de mi habitación me corroía la incertidumbre de si iba a coger el autobús para ver Jarabe de Palo en San Antonio. Un concierto gratis en honor de las fiestas de San Bartolomé. Incluso había hablado con una compañera sobre el tema. Pero por el camino me arrepentí y no llegué a la estación. Me senté en el banco.
No quiero hacer nada, salvo estar tranquila en un lugar y contemplar, me decía a mí misma, y después seguí caminando por el puerto. Precisamente allí tropecé con un decorativo adoquín gris que sobresale de las losas uniformes. Llevaba la mirada muy alta, queriendo captar con atención la arquitectura de un yate.
Solo quedaba uno en ese momento y en esa orilla. Los demás se habían ido. He visto auténticas bellezas. El ‘Radiant’ tenía una proa impresionante. Una línea atractiva y un color brillante turquesa, inmenso como el mar. Era mi favorito.
Hacía viento, y buscando la oscuridad me puse a andar por la arena de la playa. Así oía también las olas. De pronto me encontré con un embarcadero y llegó un barco bus a recoger gente. Pregunté que a dónde iban y me subí. Pasé por el acantilado de Dalt Vila en plena oscuridad de la noche.
Me estoy acostumbrando a ver el mar de noche. El tráfico constante de barcos, sus luces intensas, y más allá la oscuridad. Es allí hacia dónde quiero ir. Quizá ese sea el fin de mi vida. Aunque también tengo otras aspiraciones, pero ninguna tan verdadera. Como diría Haruki Murakami en su libro De qué hablo cuando hablo de escribir.
Es cierto que la creación es una expresión individual y propia que requiere soledad. Si te distraes viviendo, luego no escribes. Por eso me gusta ir pensando por la calle. Llevaba apuntada en una libreta una frase que me había dicho un trovador en Sa Questió, un local de música en vivo. Saludé a Cebel apoyado en un árbol, enfrente de la puerta, y antes de la actuación estuvimos hablando de la complejidad de las relaciones.
Todo lo que me dice es llamativo, profundo y sincero, y al entrar concluyó: La ausencia exige.
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