Vergonzosa gestión política del post atentado

Manuel Campo Vidal
01:00 • 03 sept. 2017

La gestión política del post atentado de Barcelona muestra un paralelismo calcado con lo sucedido en el Congreso de los Diputados, durante meses, en la Comisión de Investigación de los atentados de Atocha. El 15 de diciembre de 2004, nueve meses después de la tragedia, Pilar Manjón, presidenta de la Asociación de Víctimas de aquella masacre, pronunció durante hora y media un discurso que es imposible releer, y menos escuchar, sin que afloren las lagrimas.
Aquella durísima escena, recuperada en el reciente libro “Juego de escaños” de la periodista María Rey, recoge la desazón de aquella mujer -fiel intérprete del sentimiento popular- imprecando a Sus Señorías: “Ustedes han hablado de circunloquios y periferias. Han hablado de ustedes. De nosotros, no. Esta Comisión debía ser de toda la ciudadanía y ustedes se han apropiado de ella para hacer política de patio de colegio”. Es decir: que ni se habló de las 192 víctimas, ni parecía que les importaran. Exactamente lo mismo que trece años después en Barcelona: los muertos en las Ramblas y sus familias estuvieron ausentes de la manifestación. Unos iban a por lo de la independencia y una parte de ellos, además, a por el Rey. El diario italiano La Republica tituló en primera página: “Nacionalismo sin solidaridad”.
Lo sucedido en días posteriores al atentado de Barcelona reconstruye en entregas lo vivido en aquella Comisión de Investigación durante meses: mentiras descaradas; agujeros negros de información; utilización sin escrúpulos del dolor ajeno; ausencia total de autocrítica; peligroso señalamiento de un periodista -Enric Hernandez, director de El Periódico- por el Mayor de los Mossos, Trapero; ausencia de preguntas legítimas como ¿era imprescindible abatir al presunto terrorista cercado en los viñedos sin intentar detenerlo? ¿No hubiera sido más rentable para la lucha antiterrorista interrogarlo buscando nuevas pistas para desarticular otras células? El espectáculo de estos días con acusaciones de mentiras, reconocimiento de que se ocultó información, desmesura en los tratamientos periodísticos de medios atrincherados, está descrito con asombrosa coincidencia trece años antes por aquella mujer rota de dolor, Pilar Manjón, en su recriminación a los diputados por el tono, a ratos tumultuoso, de la Comisión: “¿De qué se reían, qué jaleaban?” María Rey concluye en ese punto: “Casi todos los presentes en aquella sala en la que llevábamos seis meses, lloramos por pena o por vergüenza (...) En los grandes acontecimientos es donde se mide la grandeza de la política y del periodismo. No hay peor fracaso que la vergüenza”.
La única diferencia -tremenda diferencia- entre aquel espectáculo, post Atocha, y el de ahora, post Ramblas, es que esto cabalga sobre “la mayor crisis institucional del Estado desde el 23 de febrero del 81”, en opinion del diputado Antonio Hernando, enviado a galeras por Pedro Sanchez a su regreso. La situación es gravísima, sin precedentes, pero los líderes están agazapados, sin ideas. Rajoy, llegando tarde a todo; Rivera empeñado en limitar los mandatos presidenciales, que hasta puede estar bien, pero ahora no es lo fundamental; Iglesias purgando gente recién elegida en su partido y Sanchez desaparecido. Se anuncia que hablará, por fin, el próximo martes en Madrid. Pero hemos vivido un agosto en el que, por el PSOE, solo hablaban los nuevos genios de la portavocia: Oscar Puente que cree que “en España se habla mucho de Venezuela solo por Podemos”, olvidando a los centenares de miles de descendientes de gallegos, canarios y asturianos que viven allí, y José Luis Abalos que acusó de “esquiroles” a la Guardia Civil por intervenir en los controles de equipaje en pleno caos por la huelga aeroportuaria. Unas joyas.
Este es el país que tenemos: unos dirigentes independentistas en fuga peligrosa hacia adelante y unos constitucionalistas tímidos que no parecen comprender la gravedad del desafío, ni proponer salidas. Es lo que hay. 


 







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