Observando a la presidenta del Parlament actuar como "estricta gobernanta" con tanta convicción, me surgió esa inquietante pregunta de si el totalitario nace o se hace. No cabe duda que se necesita un carácter autoritario de principio, y esos agravios que el resentido acumula para llegar a ser un totalitario de provecho.
Nuestra estricta gobernanta siempre ha mostrado vocación. Cuando era concejal del ayuntamiento de Sabadell, según cuenta Fernández Barcelona, quiso ser jefa directa de los guardias municipales, pero sus propios compañeros de Ezquerra Republicana le aconsejaron al alcalde que no accediera a la petición, porque la encontraban demasiado autoritaria. Y la verdad es que, ayer, sólo faltó que llamara a los guardias para que hicieran callar por la fuerza o expulsaran a alguno de sus compañeros diputados, que no se mostraban genuflexos ante sus órdenes.
Desde el gesto a la acción, se mostró sin disimulos como una autoritaria de provecho, que en esa dictadura que quieren pergeñar brillaría con luz propia y sería ejemplo a seguir del nacional-totalitarismo catalán.
En Venezuela, Nicolás Maduro, sin necesidad de una ley de transitoriedad ha llevado a cabo un autogolpe de Estado sustituyendo a los diputados elegidos democráticamente por una Asamblea Nacional que está a sus órdenes. Pero, claro, Maduro tiene a un ejército obediente y corrupto, que cobra del narcotráfico.
El problema del totalitario es cuando carece de fuerza real para respaldar sus arbitrariedadades. A los totalitarios no les desanima ver el parlamento medio vacío, ni dividir el país en dos, porque saben que una vez con el poder absoluto todos irán entrando en razón y se darán cuenta de que estaban equivocados. Y están en lo cierto. En la dictadura de Franco todos éramos afectos a la Secretaría General del Movimiento por obligación. Lo terrible, lo patético, es contemplar a estos totalitarios de vocación, sin un ejército que les respalde, ahondando en el esperpento.
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