Jaime Bárcena es un niño de siete años que resolvió un ejercicio de matemáticas con una peculiar respuesta. Al niño se le pedía escribir con cifras "los siguientes números" expresados con letras y el niño, con una lógica aplastante, no transcribió las cifras sino que escribió los números "que seguían" a los enunciados en el ejercicio. El profesor no dio por válida la respuesta y la tachó en rojo. El padre de Jaime ha compartido en Twitter lo que considera un despropósito y la historia se ha hecho viral.
Puede parecer una sencilla anécdota, pero no lo es. Porque quizás el profesor no haya sido consciente de la confusa polisemia que encerraba su enunciado y que abría dos posibles respuestas, cosa que sería preocupante. Pero aún sería más grave si, siendo consciente de su error, no ha valorado la correcta y genial respuesta del chavalillo por pura soberbia, sin hacer autocrítica. Todos guardamos en nuestra memoria perfiles de maestros y maestras maravillosos, pero también recordamos excepciones de malos docentes o de docentes que, sencillamente, tienen malos días. Como todos los tenemos.
Sólo cabe desear que Jaime vea revisado su ejercicio, porque el padre del niño considera que quien lo corrigió es "un gran profe" y porque el chaval promete.
Y, en general, cabe esperar también que nuestro sistema educativo sepa detectar y valorar la sana heterodoxia infantil, no la que es fruto de la ignorancia, que nunca debe premiarse, sino aquella que brinda desde la limpia lógica respuestas alternativas a las previsibles, la que es capaz de detectar formulaciones dudosas o de cuestionar verdades que tantas veces se nos plantean como absolutas.
Un sistema con docentes que en los alumnos autores de un dibujo aparentemente estrafalario, de una redacción atípica o de una respuesta imprevisible pero argumentada, no vean a un alumno desviado sino el germen de un adulto crítico o, quién sabe, de un genio.
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