Puigdemont sigue siendo el presidente

Emilio Ruiz
01:00 • 22 oct. 2017

A  pesar del drástico acuerdo adoptado ayer por el Consejo de Ministros, Carles Puigdemont sigue siendo hoy, domingo, el único y legítimo presidente de la Generalitat de Cataluña, con todas las atribuciones inherentes al cargo. Esta situación se mantendrá inalterable solo hasta el viernes si, como se presume, el Senado da luz verde a las propuestas del Gobierno.
 En estos cinco días que tiene por delante, al ‘president’ se le abren varias posibilidades de actuación, de las que sobresalen tres: una, esperar a que las medidas gubernamentales se hagan efectivas, que será el mismo viernes o el sábado. Otra opción es abreviar los trámites de la DUI para que la independencia sea aprobada por el parlamento autonómico antes de la entrada en vigor de las medidas adoptadas por la cámara alta. Es más madera. Y existe la posibilidad de que entre en razón y ponga fin a este suplicio al que está sometiendo a Cataluña volviendo a la legalidad constitucional.
 De las tres alternativas la menos lesiva para los intereses de Cataluña y de toda España es la tercera, obviamente. Para materializarla sería suficiente con que Carles Puigdemont convocara elecciones autonómicas y convenciera al Gobierno, al PSOE y a C’s de su intención sincera de regresar a la normalidad democrática. En la rueda de prensa de ayer se preguntó a Rajoy si una respuesta de este tipo podría suponer la paralización de los trámites del 155. “Será el Senado quien lo decida”, respondió el presidente. Si el retorno del ‘Govern’ a la Constitución y al Estatuto fuera sincero, nadie duda de que esa paralización sería posible. Es lo que están deseando el PSC y el PSOE, y también Rajoy.
 ¿Tiene Puigdemont capacidad de maniobra suficiente para adoptar una decisión de este tipo? No la tiene por una razón: porque él es el primer convencido de que es preferible morir con las botas puestas antes que admitir lo que consideraría una derrota (“una humillación”, en palabras de Artur Mas) ante el Gobierno central. Alguien definió a Puigdemont como un hombre que milita en el PDeCAT por oportunismo político, que simpatiza con Esquerra y que ideológicamente se siente de la CUP. Cuentan que en las reuniones internas de los grupos independentistas sus propuestas son mucho más arriesgadas que las de la misma Anna Gabriel.
 A Rajoy le ha costado trabajo tomar la decisión de ayer. Una buena parte de la sociedad considera que se habría evitado una decisión tan traumática si antes se hubieran adoptado otras medidas menos radicales. Pero no es éste el momento de analizar la inacción del presidente. Rajoy siempre ha querido que las decisiones que se tomaran llevaran el aval de Ciudadanos y, sobre todo, del Partido Socialista. El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, tras las dudas iniciales (materializadas en la posteriormente retirada propuesta de reprobación de la vicepresidenta del Gobierno), ha adoptado una actitud de auténtico hombre de Estado. Minutos antes de la comparecencia de ayer de Rajoy, tomó una postura inteligente: comparecer ante los medios para anunciar que “no hay síntomas de fisuras cuando se cruza el peligroso río del 155”. A las acusaciones de Podemos de que el PSOE ha hecho causa común con el PP y Ciudadanos (“el bloque monárquico”, que dice Pablo Iglesias), Sánchez se manifestó sin complejos: “PSOE y PP tienen profundas discrepancias sobre lo que representa España, pero sobre la integridad territorial, ninguna".
 En estas últimas semanas el Partido Socialista ha adoptado la que, en mi opinión, es una decisión cabal: proporcionarle unas vacaciones al portavoz oficial del partido, Óscar Puente (un polvorín dialéctico), y volcar la comunicación en la persona de José Luis Ábalos, una de las más agradables sorpresas que nos ha proporcionado esta crisis.







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