El vigorizador mágico

José Luis Masegosa
23:36 • 22 oct. 2017

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que las deposiciones líquidas en masa de algunas especies de aves eran muy temidas por los vecinos de los pequeños municipios de nuestra provincia. No atemorizaban la suciedad que pudieran ocasionar ni el imprevisible bautizo sobre las cabezas de los transeúntes. No. Aquellas consecuencias eran minucia para las inoportunas  molestias que a veces ocasionaban a la respectiva vecindad. Cuando aquellas imprevisibles deposiciones caían en cascada los rudimentarios tendidos eléctricos resultaban seriamente dañados y los chisporroteos voltaicos se producían en cajas registradoras, empalmes y fachadas. El efecto inmediato no se hacía esperar: el apagón eléctrico llegaba a todos los rincones de aquella Almería rural que se despoblaba a velocidad de vértigo. Las tinieblas estaban garantizadas durante varias jornadas como asegurado estaba el uso de candelas, quinqués, linternas y el revolucionario lumogás. Pero en verdad, aquellas inclemencias no eran nada comparadas con las provocadas por las lluvias y temporales. El agua y el viento siempre eran adversos en aquellas localidades que pasaban más de medio año sin fluido eléctrico . 
La experiencia de mi pueblo fue especialmente singular y grave, pues aún cuando en la mayoría de la provincia el suministro era servido por la vieja compañía Sevillana, en algunos municipios como el mío el servicio lo prestaba una sociedad local que recibía la electricidad de la legendaria compañía malagueña de El Chorro, un nombre que a los lugareños se nos antojaba  algo parecido al lejano Oeste, pues todas las anomalías y averías  eran achacadas por los responsables locales a los proveedores del pantano malagueño que ingenuamente adivinábamos allí donde el viento da la vuelta. En honor a la verdad he de reconocer que no pocas de aquellas incidencias las solucionaba el bueno de Juanín, el encargado, con los mágicos toques que aplicaba al tendido con una espigada y fina caña. Sin embargo, la paciencia popular también se apagó con un estallido de protestas y manifestaciones, cuando aún este derecho ciudadano constituía un flagrante delito.
Afloran estos recuerdos al conocer el agradecimiento que en 1907 mostró al doctor McLaughlin, Domingo Ramírez Chacón, un antepasado paisano, quien en un anuncio de Abc, agradecía “el resultado satisfactorio obtenido con el uso del Vogorizador eléctrico, –patentado por el referido doctor- que después de seis años de sufrimiento me encuentro bien en mi enfermedad. Siempre le estaré reconocido…le reitero mi agradecimiento y me reitero suyo afectisimo..”. Aquel vigorizador, un cinturón para aplicaciones de descargas eléctricas, gozaba de múltiples remedios terapéuticos: Curaba las enfermedades del sistema nervioso, de los riñones, vejiga, estómago, impotencia, lumbago, reuma y toda clase de dolores y debilidades. Pero tal vez, el agradecido paciente no hubiera podido beneficiarse del innovador instrumento, de haberlo querido utilizar 60 años después, a causa del irregular suministro eléctrico de su pueblo, salvo que el vigorizador del doctor McLaughlin hubiera gozado de las mismas propiedades mágicas que la caña de Juanín, el otrora encargado eléctrico de Oria.


 







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