Los libros de historia recogerán, sin duda, páginas relacionadas con el desafío al Estado democrático protagonizado por una serie de individuos conocidos en el tiempo por apropiarse de la Soberanía Nacional para intentar conseguir sus propósitos que no son otros que el intento de destruir la convivencia y retroceder al pasado incivil enfrentándonos a unos contra otros.
Ellos se mueven como pez en el agua cuando hay insultos, manifestaciones violentas, desprecios, radicalismo e incluso lucha armada porque todo esto es su razón de ser. Si hay paz, bienestar y libertad no están tranquilos.
Por supuesto que la Ley no les importa (como no sea fruto de la imposición dictatorial) porque prefieren vivir fuera de toda norma generada por la mayoría. Son gente con escasa educación y mínimos valores que desprecian los derechos humanos.
Se mueven en términos revanchistas y sectaristas y tergiversan la historia de España generando la mentira permanente a través de la demagogia.
Pero, queridos lectores, por suerte (los que creemos en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en la separación de poderes, en la soberanía nacional, en la igualdad ante la ley y, en definitiva, en la libertad consagrada por nuestro Estado social y democrático de derecho) tenemos una ley de leyes que está por encima de cualquier otra y que castiga a quien se atreva a infringirla: Se trata de nuestra ejemplar Constitución de 1978, una Carta Magna que es de todos los españoles porque así lo decidimos por abrumadora mayoría.
Nuestra Norma Fundamental no es de ningún partido concreto, ni persona, ni dinastía, sino del conjunto del pueblo soberano. Por otra parte es tan admirable que nos invita también a reformarla si así lo deseamos la inmensa mayoría.
Por tanto, gracias Constitución, por estar siempre con nosotros para defendernos y ampararnos frente a las agresiones de los que quieren (con quiméricos planteamientos independentistas o extremistas) que España retroceda hacia la noche de los tiempos.
Por último, como estudioso de la historia, me gustaría que se dejara de utilizar el pasado como arma arrojadiza para “no echarnos piedras contra nuestro propio tejado”, evitar retrocesos y mirar al futuro con auténtico sentido de Estado, libres de demonios familiares y aparcando intereses personales y/o de partido porque, caso contrario, la democracia puede correr peligro.
Hoy más que nunca me doy cuenta de lo importante que es estudiar Historia de una manera lo más objetiva posible y con actitud crítica para no repetir los errores del pasado y no creernos las falsas interpretaciones de los que nada podrán demostrar nunca porque no beben de las fuentes históricas.
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