Escribo impactado por la sensación de un inmenso fracaso. Colectivo, pero sobre todo, personal. Todo lo que se hizo hace 40 años no contemplaba la posibilidad de que lo que está pasando llegara a ser realidad. Ni estaba previsto, ni se contemplaba como hipótesis de trabajo. Se trataba de superar los recuerdos, no de prever su repetición.
Esto está acabando muy mal. Aún quedan momentos para vivir este final, pero el presente se administra desde una pobre esperanza; hay más espacio para el fatalismo y la tristeza. En los próximos días puede haber espacio para la épica e, incluso, para una confrontación entre dignidades e interpretaciones agresivas sobre qué y quién ha fallado en el trayecto vivido en los últimos tiempos. Pero el presente se agota. Ahora, hay que pensar y preparar el futuro. Es aquí donde nos jugamos el ser o no ser de Catalunya.
Hay que recuperar el autogobierno, preservar las instituciones, defender la identidad, garantizar el bienestar en beneficio y al servicio de todos, de todos y cada uno de los ciudadanos de Catalunya. La sacudida del presente ha de servir para rehacer la cohesión social, restablecer puentes de entendimiento, definir un proyecto común, inclusivo, integrador. El presente se está agotando; es en el futuro donde encontraremos la esperanza y la confianza en nosotros mismos. Es con esta perspectiva que se debería administrar la situación actual.
¡Que reconstruir sea más fácil que lo que fue construir hace 40 años! Porque, en aquel momento, costó mucho. ¡No salíamos de cero, sino de bajo cero! Los déficits eran enormes y en todos los campos. Todo estaba por hacer: institucionalmente, culturalmente, educacional-mente, económicamente y socialmente. Hoy, todo es muy diferente. Y, por esto, todo el mundo coincide en que en este momento lo que está en riesgo es, precisamente, perder lo que en estos últimos 40 años se ha construido. Todo este patrimonio es de todos y para todos se debería preservar.
Hará falta, pues, dejar plantadas semillas que aseguren el futuro. Pase lo que pase, la sociedad catalana deberá asumir, una vez más y como siempre, la responsabilidad de cohesionar y hacer progresar el país. Pero hará falta que en el fuego de ahora no todo se queme. Sería absurdo que en el juego de la acción-reacción no se preservaran las bases fundamentales de un futuro, heredero del legado histórico del país, al margen de la coyuntura concreta que ahora se está viviendo.
(Publicado en La Vanguardia)
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