Una de las cosas más notables que la Junta de Andalucía ha logrado a lo largo de estas casi cuatro décadas de vida es su capacidad para hacer que los hechos acaben desmintiendo su depurada línea discursiva. No pongo ahora la larga lista de promesas que han acabado desleídas en el mar de los sargazos informativos, porque me falta columna para ello. Y hay que reconocer el mérito de quienes, ante los medios de comunicación y en sus comparecencias públicas, sostienen un argumento más irreal que un euro de madera con la solvencia escénica de quien derrama sobre la mesa una bolsa de monedas de oro. Les hablo de la serie de anuncios de reconstrucción del Patio de Honor del castillo de Vélez Blanco, que en su día fue desmontado pieza a pieza y acabó instalado del mismo modo en una sala del Museo Metropolitano de Nueva York. Allí estuve yo una vez y, después de ver aquel expolio sentimental (pero perfectamente legal como producto de una serie de ventas) intenté comprender el desasosiego que podrían sentir en ese mismo museo los ciudadanos egipcios o griegos. Pero no nos desviemos. No estoy aquí para hablarles de mis viajes, sino de la incredulidad que comparto probablemente con muchos de ustedes al escuchar a los responsables de la Junta anunciando de nuevo los avances que hay de cara al proyecto de reproducir fielmente el interior del patio renacentista en el frío y vacío solar del castillo velezano. ¿Cuántos años llevan hablando de eso? Pues casi desde tiempos de los Fajardo, propietarios históricos de la fortaleza. Y es que la experiencia histórica con sus promesas obliga a poner las iniciativas de la Junta en un compás de duda más que razonable. Me pregunto si los políticos que siguen hablando del proyecto con tanto aplomo se creen, de verdad, que la Junta va a gastarse un pastizal en reproducir unas columnas y una balaustrada del S.XVI. Ojalá sea así, ya digo, pero me temo que los que quieran verlo van a tener que seguir volando a Nueva York.
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