Lo que no puede ser, no puede ser. Otra cosa es que, además, sea imposible. Porque, a veces, lo imposible se prolonga mucho más de lo debido, y entonces vivimos en una ficción. Y así ha ocurrido con Cataluña, donde la corrupción oficial, el desprecio por la ley, la economía ficticia y el odio supremacista inculcado desde las escuelas han pervivido demasiados años. Guerras de banderas, rótulos forzosamente en catalán y falsificación de la Historia imperaron sobre las gentes de las calles en Barcelona, Sabadell, Olot, San Sadurní. Y Girona, claro. La patria del irredento, a donde él acude a buscar quizá su último refugio, si sabe conservar la cordura, lo que dudamos. Sí, Puigdemont ha vacunado a España de la provisionalidad y puede que ahora el país que no quiso serlo se recupere y quiera volver a eso que se llama normalidad.
Pensaba todo esto contemplando las banderas españolas y también algunas catalanas que inundaron este domingo, de nuevo, Barcelona. Se ven muchas menos esteladas en los balcones; antes, había reparo en pasearse con la enseña rojigualda, por el qué dirán los vecinos. Ahora, no sé si merced a la eficaz y descerebrada gestión de Puigdemont y de esa desgracia secular de los catalanes que se llama Esquerra, puede que las cosas giren muchos grados. Bastante va a depender de cómo se aplique el Gobierno central, que ahora manda de hecho y de derecho en Cataluña, a la tarea de poner en valor el desarrollo del artículo que es ya el más célebre de nuestra Constitución (y mira que en principio parecía mal fabricado y redactado), el 155.
La tarea más difícil que tienen ante sí el presidente del Gobierno central y su vicepresidenta, Sáenz de Santamaría, va a ser recuperar si no el cariño de los catalanes hacia España, sí al menos la normalidad vigente hasta que llegó un anti independentista llamado Mas y se convirtió en radical secesionista, para, ahora, pasar a vaya usted a saber qué, acuciado por sus angustias económicas. Con Puigdemont, que quizá cometa el error garrafal de lanzarse al monte, descubrirá entonces, espero, cómo es de dura la realidad, aunque me conste que el Ejecutivo ‘de Madrit’ tiene interés en que la calma impere a toda costa.
De frágil, nada Pero sí hay trabajo por hacer con Junqueras, que es un viejo amigo de SSdeS y sabe que esa mujer será menuda, pero de frágil, nada. Y también hay tarea por delante con un porcentaje de catalanes indignados por los aporreamientos policiales, pero que están dispuestos sin duda a olvidar ardores pasados, que de la fiesta en las calles uno también se recupera al calor de la seguridad de seguir cobrando el sueldo todos los meses.
La izquierda A Puigdemont hay que agradecerle la vacuna. A nivel nacional, ya no solo catalán. Hemos descubierto que no es ‘facha’ sacar a pasear la bandera. Pedro Sánchez, ahora sí el líder socialista, ha dicho a Iglesias que no conviene que dé la sensación de que tragas saliva a la hora de pronunciar la palabra ‘España’. Y Miquel Iceta, que hace unos meses veía cómo el PSC se debatía entre el independentismo y no, apoyó oficialmente la manifestación de ayer. Eso de ser independentista, digan lo que digan los de Podemos y Colau -que ya ha vuelto a la cautela-, no es cosa de la izquierda. Y, si no, miren el ejemplo de Coscubiela. O de Paco Frutos, que fue secretario general del PCE y a quien las salidas de tono de su remoto sucesor Garzón le sacan, dicen, de quicio. Los países no pueden distraerse con cuestiones colaterales, porque esa distracción, y mírese al Reino Unido, suele atraer males mucho mayores. Y una Cataluña convertida en la Disneylandia de la independencia, con tanta fábula y tanta farsa, era una enorme distracción, que nos ha durado casi un siglo. Puede que el ‘procés’ del peculiar Puigdemont, que llevó las ansias secesionistas legítimas de una parte de los catalanes hasta esa farsa que denunciaba Marx, haya servido para, de nuevo, centrarnos en lo que importa, en lo que prosaicamente se llama las cosas de comer. Y entonces, nos vienen esas imprescindibles elecciones convocadas desde Madrid. ¿De verdad piensa alguien que ERC, con Junqueras al frente, podría no presentarse? Hemos vivido, en muchos sentidos y no solamente en Cataluña, ajenos al sentido común, al interés de la ciudadanía. A mí, que no me llamen ‘facha’ por llevarla, si así quiero hacerlo, porque de eso, nada.
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