En ocasiones, los pequeños acontecimientos de la actualidad nos llevan a reflexionar acerca de su relevancia con nuestra condición humana, tantas veces sometida al entredicho. Sabemos que el deber de auxilio y socorro ciudadano está palmariamente amparado en nuestro ordenamiento jurídico, a pesar de lo cual aún encontramos con cierta frecuencia el delito de omisión en los titulares informativos. Por fortuna, la condición humana impera en la generalidad de nuestra sociedad y se manifiesta, a veces, en la ayuda a quien lo necesita, por lo que no faltan casos y ejemplos que así lo corroboran. Esa expresión de ayuda y entrega se viste de obligatoriedad inexcusable cuando la humanidad está asida a la profesionalidad, máxime aún cuando la asistencia, la atención y ayuda a la salud de los semejantes conforman la esencia responsable del oficio. Pero también es verdad que no siempre en situaciones ajenas al ejercicio del servicio la respuesta que se puede esperar de un profesional sanitario es la deseable.
Frente a esa actitud –escasa y aislada- encontramos la abnegada disposición, la irrenunciable prestancia, la exquisita profesionalidad de quien procura brillo y esplendor al juramento hipocrático, amén de mostrar su excelsa cualidad humana. Es lo que me contó, semanas atrás, un buen amigo y mejor compañero fotoperiodista en relación a un caso acontecido en su tierra zamorana protagonizado el pasado mes de septiembre, en Rionegro del Puente, por el médico Jesús Izquierdo, quien con la ayuda de una enfermera y un estomatólogo salvó la vida a un vecino de Junquera de Tera, quien sufrió una parada cardiorrespiratoria tras haberse atragantado cuando, junto a otros comensales, participaba en la degustación de una ternera, organizada para despedir las fiestas de la Virgen de la Carballeda.
El hecho, recogido por algunos diarios, constituye en mi opinión, pese a las graves circunstancias del mismo, una de esas noticias amables de las que tan necesitada está nuestra sociedad. Tal vez por ello, como posiblemente le ocurriera a otros muchos ciudadanos que conocieran el caso, la información me ha impactado, al tiempo que me ha causado una agradable sensación, la de constatar que pese al egoísmo, la incomunicación, la insolidaridad y la ignorancia hacia los demás que presiden estos tiempos, aún tenemos a nuestro lado, en nuestra calle, en nuestro pueblo, junto a nosotros, a seres y personas que no se permiten perder la esencia humana que conforma su ADN. Es el doctor Jesús Izquierdo una de esas personas excepcionales, un médico que, aún ejerciente fuera de su tierra, pasa en su casa familiar de su localidad todo el tiempo que sus obligaciones le permiten; un médico vocacional que nunca deja de serlo, aunque disfrute del descanso, porque ante cualquier necesidad, ante cualquier demanda de atención por parte de sus convecinos se desvive y pone su conocimiento y experiencia a disposición de quien lo requiera. Casado con Elena Iglesias, el médico Jesús Izquierdo actúa bajo el dictado de su conciencia, con las pautas de un ser humano que vive y habla con el corazón, el que tienen los salvadores desconocidos que hacen de sus actos cotidianos hechos heroicos. Tal vez porque, como el de otros humanos, su corazón sea el de uno de esos pequeños héroes anónimos con los que convivimos a diario.
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