El mejor regalo que me pueden hacer es quererme. El segundo, regalarme un libro. En gran medida gracias a Jesús Bustos, profesor mío de Literatura -fallecido ayer y a quien recuerdo conmovido con un agradecimiento y cariño infinitos- que abonó la semilla sembrada por mis padres.
El domingo pasado leí una inteligente conversación mantenida por Antonia Sánchez Villanueva, subdirectora de La Voz, y Manuel Peral, fundador, hace cuarenta años, de las Librerías Picasso.
Manolo destacaba los cambios negativos operados en la educación y en la sociedad en general, y la pérdida de la ilusión. Dejaba entrever que la juventud no lee. Y doy fe. En la Universidad hacía una encuesta anónima en la que pedía a mis alumnos que me dijeran sus aficiones y me recomendaran un libro. La mayoría, entre las aficiones, citaba la lectura pero no me recomendaba libro alguno. Las redes sociales se han llevado por delante la lectura... Y es una pérdida grande: leer –no tuits, libros- enseña cultura, ortografía y sintaxis: algo no tan tonto como el valor de una (,) coma: si escribimos “doña Antonia y su marido don Juan”, decimos que tiene varios y que don Juan es uno de ellos. Una “coma” lo arregla todo: “doña Antonia y su marido, don Juan”, aclara que don Juan es el único marido de doña Antonia.
He vivido la historia de la Librería Picasso desde su fundación. No es una tienda de libros, sino mi casa almada (como, más íntima, lo es Zebras, la Librería de Isabel, la hija de mi inolvidado Miguel Naveros); mi pecatorio preferido, mi lugar feliz, mi aventurero barco pirata.
¡Claro!, en mi casa física vivo rodeado de libros. Cuando se vive solo y la edad se acorta, decanta uno aficiones y pasiones. La mía grande es la amistad y mis mejores amigos, los libros, seres vivos con los que dialogo: unas veces coincidimos y otras discordamos y nos paramos a pensar en nuestras diferencias; me abren un camino ilusionante o me meten en un vericueto endiablado… Cada libro es una caja de sorpresas.
Hay libros con los que no me entiendo: “Hijos de la Medianoche”, de Rushdie; “El Péndulo de Foucault”, de Eco; “El invierno en Lisboa”, de Muñoz Molina. Claro que, éste, es explicable: su autor, ahora, dice: “me atascaba o me aburría... Cada página seguía siendo un suplicio desganado.”
¿Y cuáles son los más amigos?
Perdí los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, encuadernados: los presté. Pero conservo, claro, los libros que me envenenaron de niño: los de Salgari, Wren, Zane Grey, Mark Twain, Dickens, Defoe, Julio Verne, Elena Fortún, Crompton...
Y estaba enamorado de los Crisol y Crisolines, de Aguilar que, desventuradamente, perdí a la muerte de mi madre.
Tengo una amplia biblioteca de temas y de autores almerienses aunque cada día, por desgracia, menos actualizada porque, con lo autoedición, se está publicando mucho y a mi vida le quedan ya menos días -ayer cumplí un año menos- que libros por leer.
Y sería muy fácil seguir mi vida a través de mi biblioteca: se ha ido formando por lo que me ha interesado en cada etapa. Empecé por el Cine. Es muy completa sobre el que se hacía cuando yo me dedicaba a él. Se la iré regalando a Fausto, mi nieto, que escribe “tramas” y las rueda, aunque aún no he visto ninguna de sus películas.
También es buena la sección de política, sobre todo de la época en que participé en ella, la Transición. Y biografías y memorias de políticos históricos: las Obras completas de Azaña, Salvador de Madariaga, Churchill, Stalin... Y libros de entrevistas: Salvador Pániker, Oriana Falacci, Soler Serrano, Del Arco...
Está, claro, la época de la filosofía –incluidas las orientales- la antropología, la historia, el arte, el humor...
Cada día me interesa más la poesía inteligible e inteligente: un poeta es, para mí, un filósofo clarificador y sintetizador de ideas, más que de emociones. Además de los clásicos –Quevedo, el primero- hoy me quedo con Benedetti, mi filósofo de cabecera.
Y, desde un tiempo, leo sobre todo novela, (la española –Cela, Delibes, Marías, el primer Landero- e italiana), pero, ahora, sobre todo la negra: Chandler, Hammett, Vernon, González Ledesma, Vázquez Montalbán, Silva… Aunque antes de llegar a la policíaca, me emborraché de las del boom hispanoamericano: García Márquez, Vargas Llosa, Bryce Echenique, Juan Rulfo...
Y, aún hoy, claro, novelillas de Marcial Lafuente Estefanía, que releo. ¡Era un genio!
Le invito a pecar con los libros, como he hecho con Fausto, mi nieto, deportista competitivo y lector voraz: antes de acabar la novela que está leyendo me pide el recambio. Y, claro, se la mando a Madrid, donde vive, o me pide ir a Picasso siempre que está en Almería.
¡Ojalá acepte Vd. la invitación!
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