El raro gusto de destrozar

La denuncia del vandalismo urbano, bien sea por repetitiva o por la carga de necesaria reconvención ética que conlleva, sitúa al columnista en un umbral de intensidad poco recomendable, pues corre el riesgo de ponerse estupendo al tercer párrafo. Y no es lo que pretendo, pero a ver qué demonios hacemos los columnistas habituales de Almería si no nos paramos un momento a decir que ya está bien de gamberrismo y que aquí vivimos muchas más personas normales que descerebrados con tendencia al destrozo. Así que lo siento, pero debo lamentar que en los últimos diez días se hayan quemado cuatro o cinco contenedores más y que el Comando Pellejero de guardia 24h. haya destrozado otra escultura. Créanme que romper una estatua no es fácil. Se requiere mucha voluntad (mala, pero en grandes cantidades) y mucha fuerza para romper la pierna de una escultura como la que rinde homenaje a los emigrantes almerienses. También costaba trabajo romper la guitarra de bronce de John Lennon y lo hicieron tres o cuatro veces. Como siempre, se me escapa el motivo o razón que alguien pueda tener para dedicarse a romper piernas o guitarras esculpidas o meter fuego a un contenedor, con lo peligroso que es eso para los coches y las viviendas cercanas. Lo mismo esta gentuza no se para a reflexionar sobre las tonterías que hacen hasta que las noticias no sólo refieran la actuación posterior de los bomberos, sino también la de los forenses. Quién sabe si entonces pararán. Y deberíamos ser más conscientes de que estas cosas nos cuestan a los almerienses una verdadera pasta y que ese gasto innecesario, que podría haber sido dedicado a cosas más interesantes y útiles para todos, nos debería indignar tanto como nos subleva conocer el hecho de que hay intrépidos capaces de gastarse 15.000 euros robados en caviar. Y como siempre digo en estas cosas, intenten perder miedo a la denuncia. Llamen a la Policía cuando vean a algún cafre dejando testimonio de su discapacidad social.