Una joven estudiante gaditana, Sara Flores, lanzó hace nueve meses en change.org una petición a la Real Academia Española para que retire del diccionario la expresión "sexo débil" para referirse al "conjunto de las mujeres". La cosa duele por sí misma. Y resulta aún más hiriente si se repasa la entrada opuesta "sexo fuerte" que, en definición académica, es el "conjunto de los hombres", cuando a estas alturas de la historia ya sabemos que la debilidad o la fortaleza no fueron repartidas por la naturaleza en función de los sexos. Más de 170.000 personas se han sumado a esta reclamación.
El de "sexo débil" no es por desgracia el único ejemplo de asimetría de género que recoge en el diccionario. Los encontramos a puñados, pero hay algunos muy elocuentes que nombran cosas bien distintas según el sujeto sea él o ella.
Así, una "mujer de la calle" es una prostituta, mientras un "hombre de la calle" es una persona normal y corriente. Y sorprende que el colectivo de "mujeres públicas" -concejalas, alcaldesas, diputadas, ministras o presidentas- no hayan clamado contra la RAE al grito de "soy política, no puta", porque de nuevo el diccionario define así a las mujeres públicas, mientras que los hombres públicos son personalidades relevantes.
No fueron los académicos quienes acuñaron estas expresiones sino la sociedad hablante a lo largo de los siglos. Pero sí que les podemos reprochar que en la definición actual de estas expresiones no hayan incluido ninguna acotación que se refiera a que son términos en desuso, despectivos o malsonantes. Es muy significativo que se mantengan ahí y así cuando el DRAE ha sido sometido a una profunda revisión en la edición que conmemoró el tricentenario de la Academia. Y sorprende que a académicos y académicas, en pleno siglo XXI, se les hayan escapado estos pequeños detalles.
La petición de Sara Flores, que ni es la primera ni será la última, reclama que estos términos desaparezcan del diccionario. También lo han reclamado en los últimos tiempos judíos o gitanos para retirar palabras que consideran insultantes como judiada o gitanada para referirse a las malas acciones. Tampoco quienes nacimos "en provincias" nos sentimos muy a gusto cuando el diccionario asocia al provinciano con gente "poco elegante y refinada". Pero, respetando todas las susceptibilidades, creo que eso requeriría otra discusión.
Porque un diccionario debe recoger las palabras que son y las que fueron, las hermosas y las zafias, las que elogian y aquellas que sirvieron para insultar, para que quienes en un futuro se topen con ellas sepan desentrañarlas aunque ya, afortunadamente, nadie las use. Pero al menos deberían encontrarlas debidamente contextualizadas, para que no parezca que los académicos consideran normal algo tan señaladamente anormal.
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