El año que vivimos peligrosamente

Jesús Baca Martín
23:27 • 30 nov. 2017

La crisis política en Cataluña está derivando en un conflicto internacional, tal como lo habían previsto las fuerzas independentistas. El victimismo falseado del 1 de octubre y su pretensión de implicar a la opinión pública internacional fue solo el comienzo. La rocambolesca huida de Puigdemont y de parte del cesado govern a Bélgica continuó la estrategia de descrédito de las instituciones españolas, intentando poner en tela de juicio la división de poderes y las garantías del estado de derecho en nuestro país para presentar un panorama preconstitucional ante el que algunas fuerzas políticas europeas podrían sentirse tentadas de intervenir.
El poder legislativo y el judicial han reaccionado impidiendo que se vulnere la ley y reforzando la Constitución que los independentistas querían dar por finiquitada, provocando el efecto contrario al que se pretendía. Cuestión diferente será un necesario análisis de la responsabilidad de los partidos que han gobernado a lo largo de estas décadas y que con una visión cortoplacista de la política nacional y haciendo dejación de un sentido de estado, han permitido, cuando no auspiciado, una deriva secesionista en la que la manipulación informativa persistente y el adoctrinamiento educativo de varias generaciones han sido su señas de identidad.
De cualquier modo, los acontecimientos de Cataluña en los últimos meses no deberían sorprender a los partidos políticos, menos aún al gobierno de la nación o a los servicios de inteligencia. El choque frontal era previsible desde hace tiempo, pues no se podía esperar un paso atrás de los independentistas después de años de hacer del conflicto y de su deriva secesionista su razón de ser en la política y su eje estratégico para mantener una posición de privilegio en la comunidad autónoma y poder determinar legislatura tras legislatura, con sus escasos votos y a cambio de grandes exigencias, el gobierno de la nación. 
La asociación de los independentistas con partidos populistas de todo signo, que son a día de hoy uno de los mayores  riesgos del avance en la unidad europea, es otro paso en su estrategia de internacionalizar sus aspiraciones y de crear un estado de necesidad que culmine con la mediación de las instituciones europeas. Hasta ahora no han cumplido sus objetivos. No han tenido el más mínimo reconocimiento a su declaración unilateral de independencia, no han conseguido el apoyo de instituciones ni de políticos relevantes y, desde luego, no han obtenido el respaldo mayoritario de los ciudadanos en la comunidad autónoma, algo que parece no importarles para seguir con sus planes. Por el contrario, han recibido una respuesta contundente de la sociedad civil en Cataluña, que de forma mayoritaria rechaza la fragmentación del estado y la conculcación de las leyes, la Constitución y el Estatut. 
Es éste un aviso a tener muy en cuenta sobre el interés de fuerzas internas y externas en desestabilizar no solo nuestro país, sino también las instituciones comunitarias y de frenar la construcción europea. Un nuevo factor ha ido adquiriendo protagonismo conforme se ha ido viendo el alcance global de la estrategia independentista. La irrupción de elementos desestabilizadores que operan en la web, muy activos y coordinados a la hora de lanzar noticias falsas, bulos e imágenes trucadas, y que parecen tener en servidores rusos su localización, ha hecho saltar la alarma internacional, pues se comienza a comprender que tras los casos de la intervención en las presidenciales norteamericanas, de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y de la crisis catalana, puede haber una estrategia de alto alcance cuyo fin último sería la desestabilización y desmembración de los países occidentales mediante la confrontación social y política.
El independentismo catalán se ha internacionalizado, pero no como lo pretendían Puigdemont, Junqueras y sus seguidores, sino como un factor más de incertidumbre política en la geoestrategia mundial. Quizás en el propio veneno que los independentistas han querido inocular en el corazón de Europa esté el antídoto a sus pretensiones. Al internacionalizar el conflicto han puesto en alerta al resto de países occidentales, ahora ya sí, prevenidos sobre las nuevas estrategias de desestabilización en el S. XXI, que tienen en las redes sociales y en la desinformación que generan su principal aliado. 


 







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