Según algunos historiadores, las típicas y coloridas bolas navideñas de vidrio o plástico eran de algodón o lana en la antigüedad. La tradición vendría de época romana, donde festejaban la Saturnalia, fiesta dedicada al dios de la agricultura, Saturno, que se celebraba del 17 al 23 de diciembre, días angostos a la espera de que las simientes bajo tierra dieran sus frutos en primavera. La decoración de distintos vegetales que la gente tenía en casa con dichas bolas era un regalo a la naturaleza. Este año, en la Plaza de la catedral capitalina, luce una gran bola de estas, el único atractivo turístico-navideño de la ciudad, muy alejado de lo que proponen otras capitales vecinas como Málaga.
¿No representará esta bola un regalo a lo cosechado por el equipo de gobierno municipal?, uno no puede esperar frutos sin sembrar. La luz que desprende la citada bola bien podría iluminar al alcalde para que no vuelva a dejar de gastar 26 millones y medio de euros como en el anterior ejercicio presupuestario, porque hay mucho por hacer en la ciudad: los barrios necesitan reforzar la limpieza, renovar jardines, bancos y aceras, o aumentar los efectivos policiales; necesitamos un urbanismo amable y responsable a la vez que se pone en marcha de una vez el Plan Municipal de Accesibilidad aprobado hace dos años; se debería estudiar la justicia social de las tasas municipales, la participación real de los almerienses y la utilización, por parte de distintos colectivos, de espacios municipales en desuso, o dar respuesta a nuestros jóvenes, los que migraron y los que no.
El alcalde actúa con los almerienses como aquellos señores romanos con sus esclavos durante la Saturnalia, los invitaban a formar parte de las cenas familiares que incluían música y danza, pero después volvían a la crudeza del día a día, la de hoy, sin respuestas para paliar las necesidades reales de la ciudadanía, y a la espera de unos frutos que no llegarán.
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