El pueblo de servidora

`La España rural estaba ensamblada sobre un puzzle de decadencia que ha alcanzado la actualidad`

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23:43 • 17 dic. 2017

El crudo frío invernal de media mañana no acalla el alborozo, las risas y la ingenua alegría prenavideña de la escasa veintena de niños que juegan en el patio de la escuela durante el recreo. 
Como ellos, otros escolares, cada vez menos, asisten a las divertidas actividades de estas vísperas festivas que ya pintan retratos contradictorios sobre los paisajes de ensueño de los pueblos por Navidad. Una celebración que desde el siglo IV después de Cristo ha estado muy presente en el mundo y que encuentra excelentes escenarios en la geografía rural. 
En uno de esos escenarios de las austeras tierras castellanas asistía Carmen, en jornadas como estas, a la escuela de doña Herminia Casado, la maestra del pueblo, a la sazón su propia madre,  a cuyo cuidado y atención dedicaría la pequeña buena  parte de su vida, una existencia cincelada con la entrega y la abnegación que crearon un reciproco, estrecho e íntimo vínculo de amor, afecto y cariño entre madre e hija. 
Unos sentimientos que la entonces pequeña Carmen supo transmitir a todo su entorno. Aquella niña creció, anduvo cursando su formación  en la capital zamorana, pero por imperativo paterno le tocó hacerse cargo de la atención de su progenitora, aquejada durante años de ciertas dolencias. La vida de Carmen se centró en tan encomiable tarea, que no impidió la llegada de quien años más tarde sería padre de sus cinco hijos. 
La España rural estaba ensamblada sobre un puzzle de decadencia que ha alcanzado la actualidad: Más de la mitad de los ocho mil ciento veinticinco pueblos de nuestro país se encuentran en grave riesgo de extinción. 
La despoblación por el envejecimiento demográfico, el bajo relevo generacional, la baja natalidad y la escasez de puestos de trabajo amenazan con hacer desaparecer a más de cuatro mil municipios. 
En alguna de aquellas oleadas de las inevitables despoblaciones rurales de los años sesenta se hallaba la familia de Carmen que contaba con cinco hijos.
 La muerte de doña Herminia, madre y maestra, sumió a su hija en una profunda depresión. Sus lágrimas grabaron  marcadas y moradas ojeras en su tierno rostro. Como las cigüeñas migratorias de Tierras de Campos, a instancia  de su hermano Antonio, Carmen, su esposo Bautista y su prole subieron al camión de la emigración hacia el Sur, en una de cuyas capitales de provincia se asentaron y donde han pasado las últimas décadas. 
Aquel adiós y la lejanía del páramo castellano aliviaron la pena de la hija de la maestra que, sin embargo, hubo de sufrir otros duros zarpazos, que no han impedido su viaje vitalista, entrañable y hermoso de sus noventa y seis años a día de hoy. 
La otra tarde, su sobrino Gerardo, hijo de su hermano Antonio, un íntegro ingeniero de montes y mejor senador andaluz de la UCD, ya fallecido, la sorprendió por medio de su hijo Juan. 
Entre la ingente documentación del político centrista, su hijo descubrió un poema que Carmen escribió en 1934 cuando contaba trece años y asistía a la escuela de su madre. 
Ochenta y tres años después, la buena de Carmen ha vuelto a su infancia de sabañones para acariciar el recuerdo y asentir que “yo quiero un pueblo que alegre/con gracia y con perspicacia…yo quiero un pueblo que cante…un pueblo noble”: El pueblo de servidora.


 







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