Para que exista una crisis de gobierno en Almería se tienen que dar dos circunstancias: que el alcalde cambie un concejal de sitio y que ese alcalde sea del PP. Sólo así se activan los mecanismos expresivos de la alarma, la urgencia y la necesaria ronda de opiniones de la “sociedad civil” para analizar con tono grave ese movimiento y hacer sesudas interpretaciones de los cambios en las concejalías.
No recuerdo una modificación de las áreas municipales en los últimos catorce años que no haya sido traducida, de inmediato, como crisis de gobierno municipal. Y toda crisis de gobierno lleva aparejada su correspondiente guarnición de análisis y exégesis, que son a estos casos como la zanahoria baby y el arroz pilaf al solomillo de celebración nupcial.
Es decir, que si el Alcalde de Almería cambia un concejal de área, esa decisión oculta siempre un trasfondo analizable. Hagan memoria. Cada vez que el alcalde ha movido ficha, ha opinado sobre ello media Almería, a excepción de la Cofradía de la Patata Frita. Sin embargo, la Junta de Andalucía puede cambiar o fulminar a todos los consejeros, consejeras, delegados o delegadas, que eso nunca significará que haya crisis de gobierno. En todo caso podrá ser considerado como un cambio de orientación que refuerce la transversalidad del gobierno andaluz en su constante compromiso por alcanzar las cotas de progreso y avance social que caracterizan al gobierno cercano y próximo con todos los andaluces y andaluzas, etcétera. Es decir que si antes estábamos bien, ahora estaremos incluso mejor. Y descuiden, que nadie correrá a buscar al consejero o delegado destituido, a ver si raja un poquito de doña Susana, igual que se le busca la boca al concejal relevado o se le tienta con una entrevista cariñosa en donde pueda explayarse a sus anchas. Así son las cosas en Almería. Ustedes son testigos.
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