En la noche de las catalanas barajé varios titulares para abrir portada. Las matemáticas electorales dejaban un resultado tan exacto que no admitía matices: Ciudadanos había sido el partido más votado alcanzando un resultado espectacular. Pero, como en política, dos más dos no siempre son cuatro, la aritmética parlamentaria dibujaba la continuidad de la mayoría absoluta independentista que les continuará situando en el gobierno. Si la contradicción de que quién gana pierde y quién pierde gana facilitaba un titular atractivo, el hundimiento del PP y la CUP y los fracasos de Podemos y el PSC añadían matices tan relevantes como imposibles de situarlos en el espacio reducido de una frase con no más de 50 letras con espacios.
Andaba yo en esas cavilaciones cuando, al pasar a la pantalla sobre qué proyección tendría ese resultado en la gobernanza de Cataluña, me adentré en un interrogante que sólo conducía a un espacio de mayor complejidad: qué pasará a partir de ahora.
En una situación de normalidad democrática y equilibrio emocional, el bloque independentista alcanzaría un acuerdo de gobierno autonómico y abriría un proceso de relación constitucional con el gobierno del Estado en el que la tensión (inevitable), no evitaría alcanzar acuerdos (imprescindibles) si se quiere, de verdad, salir de una situación de tan formidable complejidad que, a veces (demasiadas veces) se antoja diabólica. Pero todo apunta a que no va a ser fácil que sea así.
En primer lugar, porque Puigdemont consumará su aspiración de ser investido presidente. Una aspiración que habrá de enfrentarse con la detención a que será sometido nada mas pisar suelo español.
El ex president fugado, una vez detenido, puede volver a ser elegido president y, tras el acto de toma de posesión, regresar nuevamente a la cárcel de la que sólo habría podido salir para la toma de posesión como parlamentario y la sesión de investidura. Todo dependerá de si el juez Llarena mantiene su situación procesal o la modifica antes o después de ser llevado a su presencia. Kafka no lo hubiera diseñado mejor.
Si esta es ya de por sí una situación jurídicamente legal pero estéticamente estrambótica, políticamente será delirante. Si Puigdemont se reitera en la Declaración Unilateral de Independencia, su situación penal se vería empeorada con el agravante de la reincidencia y el Estado volverá a aplicar el 155, entrando así y de forma irremediable en un bucle que nadie quiere.
Es posible que la burguesía catalana atempere las urgencias independentistas, pero, en el otro lado de la trinchera, los antisistema de la CUP le obligarán a recorrer ese camino si quiere ser elegido presidente. Con sus cuatro diputados, los cuperos no son decisivos -al no haber mayoría alternativa viable-, pero la historia catalana de los últimos meses ha demostrado que nunca tan pocos obligaron tanto a tantos.
En la otra acera- quizá sea más acertado decir “frente”-, Ciudadanos corre el riesgo de confundir la batalla con la guerra. Ha alcanzado la victoria en aquella, pero es uno de los perdedores en esta. El triunfo solo es real cuando conduce al poder. No ha sido así; pero sí le sitúa en una posición privilegiada, tanto en el Parlamento catalán como ante las perspectivas electorales a nivel nacional.
Ciudadanos ha aniquilado al PP en Cataluña y agranda y da solidez a su amenaza al partido de Rajoy en el resto de España. Los populares nunca ganaron ‘en’ Cataluña, pero sí han ganado ‘con’ Cataluña. Su campaña de firmas contra el Estatut en miles de plazas de ciudades y pueblos situados fuera de Cataluña le dio muchos votos en el resto de España, pero les generó una animadversión insuperable entre los catalanes. El PP pensó en los votos (¿Qué hace un tipo de Burgos o de Osuna firmando contra el Estatut?, ¡Que torpeza, por Dios!), pero no se dio cuenta o no lo importó encender una hoguera que hasta entonces estaba bastante apagada. Torpeza o interés: he ahí la cuestión. Pero quien diseñó aquella estrategia merece un premio (patrocinado por los independentistas, claro).
Doblando la esquina hacia la izquierda, PSC y Podemos han acabado en el despeñadero. La plurinacionalidad infantil de Sánchez y el buenismo bienintencionado de Iceta solo han servido para cosechar un nuevo fracaso. Están tan convencidos que el problema del PSC en Cataluña es el PSOE constitucional que no se dan cuenta que ha sido Arrimadas y su Ciudadanos sin complejos los que se llevan los votos de quienes antes les apoyaban de forma abrumadora.
Los resultados del jueves en el cinturón de Barcelona han pasado del rojo matizado al naranja contundente. Pero ellos, a lo suyo: de victoria orgánica en victoria orgánica hasta la derrota electoral final. El secretario de organización del nuevo PSOE, José Luis Ábalos, se apresuró en la resaca electoral a sostener sin sonrojo y sin vergüenza que los socialistas habían frenado la caída y habían subido- ¡que éxito!- un diputado; uno solo. El PSOE se ha acostumbrado a perder y ese es el mejor camino para no ganar. En un gesto que revela, una vez más, su capacidad política, veinticuatro horas después de conocerse los resultados Pedro Sánchez seguía sin hacer autocrítica sobre lo sucedido. Quizá sea mejor así. Si no tienes capacidad para mejorar el silencio, cállate. Tu debilidad intelectual quedará así a salvo.
Y ya, más al fondo, a la izquierda, el ecumenismo cínico de Iglesias y Colau, continúa por el despeñadero. Los resultados de los ‘comunes’ sólo son la continuidad de la derrota del tánden Podemos- IU en las últimas elecciones generales de junio de 2016. Y aún no saben que, como ya llevan avisando Errejón y Bescansa, lo peor está por llegar. Y llegará.
Lo que sucedió el jueves en Cataluña y lo que sucede en España es consecuencia inevitable (no se ya si irremediable) de una clase política que solo piensa en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones. Cuando las ideas se sustituyen por el eslogan, la reflexión por la consigna y el argumento razonante por el insulto, el futuro se antoja inquietante. Es la cultura del tweet, tan frecuentada por los nuevos políticos: reducir la táctica a 140 caracteres y la estrategia a 280. Para qué vamos a reflexionar, vamos mejor a emocionar con la patria y otras quimeras y, para ello, que mejor arma que el destello fugaz de la frase o el insulto aparentemente ingenioso
Pensaba yo en todas estas situaciones y en otras en la noche del jueves y fue entonces cuando encontré el titular de portada: “Cataluña sigue en el laberinto”.
Puede que estuviera desacertado. No lo sé y no lo creo. En todo caso a ese titular quizá -Y no lo deseo-le faltaban dos palabras: sin salidas.
Un laberinto sin salidas. Esa sí sería una tragedia aún mayor.
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