En uno de los últimos artículos de 2016, en noviembre, escribí: “tengo puesta la ilusión más feliz en que para la noche de San Juan del año que viene mi vida haya alcanzado la dimensión absoluta de la felicidad de un viejo renacido.”
Y en la noche de San Juan nació Alejandro, mi nieto, hijo de Cristina, mi hija. Nunca como en este año se ha hecho verdad que, para mí, la de San Juan es la noche en que amanece el alma.
2017 es –todavía: le queda un rato- un año feliz, como mi nieto bestiote, risotón y felizote con el que estoy viviendo la Navidad. ¡Dios mío, cómo puede un renacuajo barbarote llenar, hasta desbordarla de amor y de felicidad, la vida de un viejo! Y de agujetas: cincuenta años de no hacer deporte y sesenta de fumar me pasan ahora factura... que pago gozoso: que me quiten lo vivido con placer.
Y esta noche, además, si Dios quiere, estaré también con Fausto, mi nieto mayor, y con mis hijos, por lo que despediré el año con felicidad y con el agradecimiento que me hará casi cantarle lo de no te vayas todavía..., aunque sé que no va a acceder, porque el tiempo, desafortunadamente, no entiende de emociones ni de sentimientos ni sabe si está en 2017 o en 2018: no detiene su camino que, a mi edad, es ya una carrera: como para llegar a ser abuelo ha tenido que transcurrir mi vida casi por entero, no puedo perder mi tiempo en que me angustie el tiempo: me quedo con que el pasado es sólo un prólogo, como dijo Shakespeare.
No me entristece, ya, lo que no he podido –ni podré- hacer ni aprender, nada echo de menos: vivir en el tiempo de los nietos no es una jubilación, es un gozoso jubileo.
Sin embargo, para otras personas –y para mí mismo, como prójimo- el año ha tenido cosas siniestras. Las que más, el drama de los inmigrantes muertos en el Mediterráneo, el no menor de los refugiados; la burla al Gobierno, decaído, por parte de unos exaltados -¡con lo útil que hubiese sido aplicar el artículo 155 en 2014 para evitar el 9N- y, sobre todo, el atentado de Barcelona, no evitado por la resistencia, estúpida e inaceptable de los (i)rresponsables que han (des)gobernado Cataluña, a adoptar las medidas de seguridad sugeridas por el Ministerio del Interior y desoír los informes de la Inteligencia norteamericana sobre un atentado previsto en Las Ramblas.
¡En fin…! Esta noche mi Navidad pasa su ecuador pues, para mí, Navidad es el periodo que va desde la melancolía –la Nochebuena- hasta la ilusión –el día de Reyes- pasando por la zozobra de la noche de hoy, porque decía Machado que no está el futuro escrito, y lo que vaya a escribirse me produce inquietud, pues no depende enteramente –diría que casi nada- de mí, sino del destino: la vida es un azar.
Cada cual, vivirá la Nochevieja a su manera. Yo, como cada año, después de las uvas, iré al mar a sentir y beber un sorbo, salado y vivificante, de Mediterráneo. Y, a su vera, soñaré que 2018 nos dé felicidad, el compendio de todo lo que, razonablemente, se puede tener. Pero no me gustan los años pares: carecen de aristas, son fofitos, gordinflones aunque, bien mirado, 2018 suma 11, el número esencial de la felicidad en mi vida.
Con todo, siempre que empieza un año me resulta inevitable la zozobra, preguntarme, con una mezcla de ilusión y de angustia, que nos deparará; plantearme el problema de si nuestra vida nos la hacemos nosotros o –como decía Proust: nuestra imagen la dibujan los otros- acaban por vivírnosla los demás y, al final, resulta que cada cual es, sólo, lo que va pudiendo ser, sintiendo la nostalgia de cosas que aun no han sucedido porque ahora se sabe que ya no sucederán. No merece la pena hurtarle tiempo a la vida, para que, al final, nos la vivan los demás.
... He vivido un año más, lo que significa que me queda por vivir un año menos. Ni lo pienso: la vida es una cuestión de intensidad, no de extensidad. Envejecer es asumir, como dice Murakami, que “el tiempo no se detiene: el pasado crece. El futuro mengua. Las posibilidades disminuyen.” La cuestión está en determinar qué posibilidades, adaptarse al paso del tiempo, cambiar las actitudes en función de las aptitudes, asumir que la felicidad cambia.
Y, a Vd., le deseo lo mejor, de todo corazón. Aunque poco pueda hacer yo por convertirlo en realidad, pues no es verdad que querer sea poder; es justo al revés: poder, es querer. Y yo, poder no tengo.
... Pero la vida sigue. Para cada uno, a su manera. La de la vida, digo.
¡Feliz años!
¿Quedan inocentes? Cuando era joven las inocentadas tenían mucho de malicia buena, y no es un retruécano: desde el muñeco de papel pegado en la espalda hasta la inevitable visita a la tienda de Alfonso para proveernos de perversidades: bombas fétidas, las más discretas.
Y los periódicos, las radios y las televisiones metían algún gazapo al que había que estar atento.
Hoy, con las redes sociales, ¿sigue habiendo inocentes? De inocentadas físicas, desde luego no, es imposible. Y de las otras, como no tengo redes sociales...
No dimite nadie El PP, que se ha pegado una torta descomunal en Cataluña –ha perdido la mitad de sus votos y queda integrado en el Grupo Mixto, con la CUP- le echa la culpa de su hecatombe ¡a Ciudadanos!, que le sacado casi un millón de votos, por haber pedido el voto útil. ¿Y qué han hecho ellos? ¿Es, ésa, la autocrítica de sus ¿ideólogos?, de sus líderes? Antes, la vergüenza torera exigía, en catástrofes semejantes –y aún menores- dimisiones en cascada.
En términos taurinos: ¿para cuándo una limpia de corrales?
Todo es empezar Los catalanes urbanitas de la zona más rica –la costa: Barcelona y Tarragona- votaron que quieren seguir siendo también españoles, pero los derrotaron los rústicos del interior. Como boutade hablan de crear Tabarnia, independiente de Cataluña e integrada en España. La Ley de Transitoriedad –curiosamente- no admite el derecho a decidir, pero todo es empezar. Almería está marginada en Andalucía por la Junta de Sevilla.
¿Tendrá España algún día un gobierno que sepa prevenir y no sólo certificar defunciones?
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/144139/nochevieja