S e inicia este jueves una carrera frenética por ‘normalizar’ (comillas, por favor) la vida política -y económica, y social, y moral- catalana. Porque este jueves el Supremo decide si pone en libertad al exvicepresident de la Generalitat, Oriol Junqueras, o mantiene su prisión provisional por entender que se dan los supuestos para ello. Importa poco lo que el comentarista prefiera o deje de preferir, pero pienso que, aun sintiendo una profunda distancia respecto del personaje, lo mejor para España sería que Junqueras saliese de Estremera y reanudase su vida política, a la espera del juicio por sus presuntos delitos, que naturalmente llegará cuando llegue, tal vez allá por finales de este año de penitencia que se nos ha abierto.
Verá usted: entre Junqueras, con quien en última instancia quizá se pueda negociar esa ‘relativa’ normalización de Cataluña, al frente de la Generalitat, o el demenciado Puigdemont, me parece que no hay color. Creo que con el líder de Esquerra se pueden pactar condiciones que alejen, al menos provisionalmente, a Cataluña del independentismo, de ese secesionismo ‘exprés’ que inició Artur Mas y que, desde luego con la ayuda de Junqueras, impulsó tan locamente, tan chapuceramente, tan ilegalmente, Puigdemont, el huido que resultó ser, no obstante, el más votado en el independentismo el pasado 21 de diciembre.
Inexplicable, pero ya hemos visto muchos inexplicables comportamientos de los electores en distintos ámbitos y países. Y, por supuesto, los electores son los que mandan y deben mandar, aunque no siempre sean sabios. Es urgente que el secesionismo se aclare. Que diga si va a caminar hacia sus sin duda legítimos fines de separarse de España por las vías legales, respetando a lo que parece aún una mayoría que no comparte el golpismo practicado hasta ahora, o si va a seguir por la ‘vía Puigdemont’, contra España y los españoles, contra Europa y contra el mundo mundial, quizá Rusia y Venezuela excluidas.
Y luego, claro, la CUP, que insiste en cortar lazos con ‘la metrópoli’ así, por las bravas. Pero, para mí, los antisistema no cuentan en el relato político; además, son marginales. De Junqueras sabemos su enraizamiento en esa Cataluña rural, payesa. Algo supremacista, incluso en el sentido sabiniano, que tiene algo de racista, de la palabra.
De él pienso que es un político con cierto instinto, que se dejó llevar por los vientos de la rabia más que por los del ‘seny’, como siempre le ha ocurrido, en el fondo, a Esquerra Republicana, que es la gran culpable de muchos de los males que aquejan a los catalanes desde hace casi un siglo. Me quedo con aquella fotografía de hace apenas unos meses en la que, ante el Rey, Junqueras sostiene por los hombros a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, con la que aún mantenía aquella ‘operación diálogo’, que tan cara le ha costado, de manera tan injusta, a la mujer que ha sido, y sigue siendo, la ‘mano derecha’ de Rajoy. Pienso que al Gobierno también le interesa más Junqueras que un Puigdemont que no puede ni debe, ser el presidente de la Generalitat.
De ninguna manera: ha llevado a los catalanes al empobrecimiento, al caos, al fraccionamiento social. No digo yo que el líder de ERC esté libre de culpas, y pagará, tarde o temprano, por ellas. Digo, solamente, que él podría acaso pactar con otras fuerzas no independentistas -PSC, los ‘comunes’, la parte más sensata del montaraz partido de Puigdemont- algún tipo de Govern. Y quizá, Moncloa mediante, se pueda restituir un cierto diálogo, imprescindible, con el Gobierno central.
Pero para ello, desde luego, es necesario que Junqueras salga de prisión. Que sea investido, para mayor cabreo de Puigdemont, president, ya que parece claro que la señora Arrimadas, que sería lo propio, porque fue quien ganó las elecciones, no tendrá la mayoría numérica precisa para ir a la Generalitat. Pero la normativa electoral española es la que es, y no la que debería ser: a ver si se convencen de una vez esos que no quieren cambios de que esta es una de las cosas que hay urgentemente que reformar. Que salga de prisión... con las condiciones mínimas exigibles, naturalmente. Nada de golpismos, ni de forzar o ignorar la legislación vigente.
Si Cataluña tiene que ser independiente algún día, que Dios y los catalanes no lo quieran, habrá de ser por sus propios pasos, elaborando un acuerdo amplio con el resto de España, lo que hoy es imposible. Creo que Junqueras, que es mucho más inteligente que Puigdemont, lo ha comprendido. No sé si aquellos a quienes corresponde han entendido que su prisión provisional carece ya de fundamento y que algo hay que ceder para que todo siga igual.
O sea, distinto a como ha sido desde que, aquel 2012 lamentable, un grupo de iluminados resentidos decidió galopar a su aire hacia la separación de España. Y es que, sinceramente, no sé qué va a pasar si Junqueras y los otros siguen en prisión, Puigdemont dado a la rocambolesca fuga en la que está, el 155 en vigor y Rajoy de president de una Generalitat que nunca ha pisado. Puede que la señora Arrimadas crea que, si hay ocho escaños independentistas vacantes por encarcelamiento o no comparecencia por fuga, tiene alguna oportunidad de resultar investida, contando con la complicidad de todos -comunes también los que no se declaran específicamente independentistas.
Quizá ese paso rocambolesco, con los secesionistas fraccionados, pudiera llegar a hacerse realidad, aunque yo no lo creo. Lo que no redundaría sería en beneficio de la normalización de Cataluña, que es ahora lo urgente. Mucho depende de mañana y de lo que vaya ocurriendo en este imprevisible mes de enero. Pues nada: atentos ahora a la pantalla judicial.
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