¿Se aclararán los líderes catalanes sobre lo que quieren y lo que pueden hacer? Los independentistas tienen un lío monumental, entre otras cosas, porque una parte de ellos sigue pensando que Puigdemont puede ser el caballero blanco que les conduzca a la independencia, sin darse cuenta de que es un presunto delincuente fugado al que la Justicia espera en las fronteras para ponerle a buen recaudo.
Y el otro posible capitán -¡oh capitán, mi capitán!- está en la cárcel y no depende de ninguna decisión política sino de la de un juez, independiente del poder político, que solo pretende aplicar las leyes. Entre fugados y encarcelados, la clase política catalana está hecha un lío porque ERC no quiere que Puigdemont lidere nada y el ex presidente, con muchos de los suyos, sigue pensando que Cataluña se puede gobernar por videoconferencia.
Lo malo no es que Carles Puigdemont piense esa y algunas otras locuras. Lo malo es que sus votantes creen que tiene razón. Y en el extrarradio, la CUP sólo piensa en dinamitar el Estado y Podemos bastante tiene con cerrar las heridas internas que ellos mismos han abierto y por las que se desangra el partido.
En vísperas de que se abran de nuevo las puertas de ese Parlament que los independentistas mancharon con sus decisiones anticonstitucionales y antidemocráticas, nadie en Cataluña está dispuesto a buscar la única solución que podría ser duradera y eficaz: un diálogo interno, sin exclusiones, para acabar con la fractura social y política, con la fragmentación y la división entre amigos y familiares. Todos siguen pensando en cómo imponer sus puntos de vista al “enemigo” -aquí no hay adversarios sino enemigos, incluso dentro de las mismas filas- en lugar de pensar en qué pueden hacer para restaurar la convivencia y devolver la racionalidad a la sociedad.
Pasar de la excitación de los sentimientos imposibles a la realidad de los hechos. Las peleas no sólo por la presidencia de la Generalitat sino por excluir al otro de los órganos de gobierno del Parlament ponen de manifiesto que no hay voluntad de cambiar nada sino de excluir a los otros.
Algunos, en un desconocimiento no siempre inocente y en una confusión culpable sobre la división de poderes en una democracia, siguen pensando que los jueces están obligados a resolver lo que los políticos no solo han creado dolosamente sino que son incapaces de solucionar. Si los actuales políticos catalanes no son capaces de construir un futuro en el que los ciudadanos puedan convivir, deberían marcharse a su casa y dejar el camino a otros que lo quieran intentar de verdad.
Antes de dialogar con el Gobierno de la nación, de forma exigente pero leal, firme pero por cauces democráticos, los políticos catalanes tienen que demostrar que son capaces de dialogar entre ellos, de llegar a acuerdos, aunque sean de mínimos, y de respetar al que piensa diferente. Mientras no hagan gestos en esa dirección, desde el independentismo y desde el constitucionalismo, el problema catalán no hará sino agravarse.
“Para dialogar -decía Antonio Machado- preguntad, primero; después escuchad”. Hoy por hoy, en Cataluña nadie escucha a nadie.
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