Y los Reyes Magos no llegaron a Almería

Fausto Romero Miura
23:18 • 06 ene. 2018

Al poco de sonar las doce campanadas en la noche del  31 de diciembre, navegaba un vapor al largo de Aguadulce. Muy iluminado. Debía ser un melillero zarpado del puerto de Almería el año pasado. No sería de extrañar, claro, que algún viajero se hubiese despedido de la familia que lo esperaba en el norte de África con un hasta el año que viene. 
Son las cosas que tiene el tiempo porque ¿qué es el tiempo? Yo, ya, a mis años, prefiero vivir instante a instante, fiel a la enseñanza de mi maestro Benedetti -un instante es un copioso universo- consciente de que la vida es cuestión de intensidad y no de extensidad, y de que el futuro siempre acaba por convertirse en pretérito. Sólo es realidad el presente inmediatísimo: en un instante, hemos cambiado de año, con lo que la vida es un año más vieja y, con la vida, el mundo.
Pero ¿serán más sabios la vida y el mundo? Me temo que, con toda probabilidad, se enfade un poco –tiene buen carácter- conmigo Fran Silvente, el genio que edita, maqueta e ilustra este artículo, como casi todos los  domingos. Y tan bien, sobre todo cuando la página sale en color, que el texto sobraría, pues sólo es un mal acompañante de su ilustración, que lo compendia todo. Nunca como con Fran, el Genio, es verdad que una imagen vale más que mil palabras.
Y se enfadará  -tal vez, sólo se pique-  por citar a Murakami, a quien soporta poco, como empezó a pasarme a mí: dejé inacabado el último de sus libros que empecé a leer, y tengo tres o cuatro sin comenzar. ¡Si es que todos los suyos son, al fin, el mismo libro! Pero tiene razón cuando dice que es “como si los tornillos que sujetan el mundo se hubieran aflojado” 
Para mí que lleva ya años así. Tantos, tal vez, como desde que cerraron los manicomios, del clima y de los hombres. ¿Cómo se explica que Kin Jong Un y Trump puedan gobernar algo? Es, pues, muy difícil poder decir en qué se nota que cambiamos de año en un mundo con los tornillos flojos. Pero, con todo, esa locura es, al menos, una respuesta, porque recuerdo que el 1 de enero de 2016, Fausto, mi nieto, que tenía entonces seis años, me preguntó: “abuelo, ¿qué diferencia hay entre estar en 2015 o en 2016, cómo se nota”?,  y no supe responderle.
Ahora, ya digo, le respondería: en nada, Aunque creo que él mismo es consciente y no lo pregunta
Y tampoco tiene sentido pedirle nada al año. El año no es sujeto –activo ni pasivo- de nada, no existe como tal. Ni él mismo sabe que existe. Es una mera medida de tiempo inventada por los hombres, un referente para datar las cosas, que varía según las culturas: nuestro 2018 se corresponde con el 4716 chino, el 5779 judío, el 1440 islámico, el 2560 budista, el 1740 copto, el 5132 maya, cada uno de los cuales comenzará en fecha distinta... ¡Qué más me da el año en que estemos!
A fin de cuentas, cada año nuevo no hace sino confirmar el continuum budista: la vida es un sucederse de momentos, acotados en años para la historia. Como la historia es, pues, un tren de días, no hay razón para que el 1 de enero de cada año descarrile el tren y otro inicie un camino distinto. ¡Si lo escribió Machado, el sabio! “¿Año  –él dijo siglo- nuevo? ¿Todavía / llamea la misma fragua? / ¿Corre todavía el agua / Por el cauce que tenía? / Hoy es siempre todavía.”  Y no le restemos importancia a Julio Iglesias, filósofo de otro tipo, que ya sentenció que la vida sigue igual. 
Será que a medida que envejezco –que es, desde luego, una forma de almacenar juventud- cada vez más desmitifico las cosas: no tengo sensación alguna de haber cambiado de año ni mucho menos de que vayan a mudarse las tornas: más de lo mismo, pues, sería el resumen, a grandes rasgos.
Con todo, no puedo evitar –cada vez que comienza un año- una cierta zozobra ante un porvenir que no depende, en absoluto, de mí. Y, como tampoco depende del año, me siento indefenso ante lo que pueda sucederme en el año.
¿Qué me gustaría, a mí y para mí, digo? No recibo el año con optimismo ni con pesimismo: los sueños sólo se hacen vida en los boleros. Pero sería feliz si me sintiera mimado –la sensación de abandono afectivo es un horror-; ver crecer a mis nietos y vivir con ellos la Noche de San Juan para celebrar correteando por la playa, al calor de las hogueras, el primer cumpleaños de Alejandro; que mi salud no tuviera esguinces molestos… 
Y, a Vd., le deseo lo mejor, de todo corazón. 
...Y los Reyes Magos no llegaron a Almería. Sus Reyes, son los Presupuestos. Y me temo que ha sido demasiado buena.







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