Me pierde el diálogo entre sordos, las reuniones que no conducen a nada, esas reglas impuestas por intereses personales y con las que, a la postre, no se consigue nada positivo para favorecer a la mayoría.
Me incomoda profundamente aguantar a personajes engreídos que a pesar de sus títulos, escasean de humildad y amabilidad con los demás.
Me asquean las ideologías radicales, las purezas de sangre exhibidas sin pudor alguno y las humillaciones de razas o de religiones que utilizan a Dios para su conveniencia.
Estoy harto de abusos, corrupciones e imposiciones por doquier, a costa de los currantes y de los más débiles de la sociedad en la que estamos viviendo.
Disfruto en cambio con la gente que sabe de qué va esta vida, que está pendiente de su prójimo, que no se ríe de las personas ni intenta ridiculizarlas por sus fallos o por su ignorancia, o incluso por su inocencia a la hora de ver este mundo.
Creo firmemente en las personas responsables, que protegen los derechos humanos y también el de otros seres vivos que nos acompañan en el devenir de nuestro mundo. Los aduladores de su alma, no saben palpar los corazones de tanta gente esparcida por este deambular, que necesitan caricias en su alma porque sus vidas han sido golpeadas duramente.
Nuestra sociedad actual es digna de conmiseración, hemos perdido el rumbo y nos apartamos de lo humano para dirigirnos a lo insustancial. Deberíamos elegir formas increíbles, pero racionales, a las cosas posibles, pero no concluyentes.
La ternura es la clave de nuestro progreso en esta sociedad desconcertada.
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