La izquierda y el nacionalismo siempre se han llevado mal. Pero el populismo y la mística del “proces”, con la posibilidad de que la revuelta ciudadana forzara la independencia, han hecho extraños compañeros de viaje. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que reaparecen este fin de semana ante sus militancias, se lanzaron en paralelo y con el mismo objetivo: conquistar el Gobierno del Estado desde Cataluña, en brazos de los “compañeros”, del PSC y de En Comú. Pedro Sánchez propuso, como solución al conflicto, el “Estado plurinacional”, como si una suerte de nacionalismos superpuestos pudiera resolver el modelo de Estado. La evidencia de que no hay consenso para afrontar la necesaria reforma constitucional le llevó a proponer soluciones pintorescas. Pero hoy los socialistas la han retirado de su programa y pretenden correr un tupido velo sobre esa ocurrencia. Pablo Iglesias, siguiendo la estrategia ambivalente de Ada Colau, y soñando con que un triunfo en Cataluña -donde fueros la lista más votada en las últimas generales- le catapultaría directamente a la Moncloa, nó dudo en apuntarse al “derecho a decidir”, al referéndum pactado y a una ambigua libertad de los pueblos para dibujar su futuro.
Advirtieron el error Carolina Bescansa y otras voces de su formación le advirtieron del error, pero su soberbia le cerró los oídos. Solo al final de la campaña, cuando descubrió por las encuestas que se iban a estrellar, entre otras cosas porque Ada Colau había jugado exclusivamente a mantenerse en la alcaldía de Barcelona, desapareció de la escena pública. Y hasta ahora.
El crecimiento de Ciudadanos, que tan preocupados tiene a los del Partido Popular, debería también hacer saltar las alertas en el PSOE y Podemos. Solo ellos fueron capaces de comprender la polarización de la sociedad catalana, partida en dos entre independentistas y constitucionalistas.
Es verdad que el PSOE reaccionó ante el dislate de la declaración unilateral de independencia y apoyó la aplicación del 155. Es verdad que Sánchez le debía a Iceta su apoyo en la lucha fratricida en Ferraz, pero el error de cálculo político, el distanciamiento de las preocupaciones de los ciudadanos de España o de Cataluña ha sido garrafal. La idea de una solución intermedia que llevaría a Iceta al Palau de la Generalitat resulto ser un espejismo.
Como se veía, en la calle los únicos tonos eran el blanco y el negro. Para colmo, la “reentre” de Pedro Sánchez, tras las largas vacaciones navideñas, con una propuesta de financiación de la pensiones con cargo a nuevos impuestos a los bancos, que ya defendiera con mayor solvencia Rubalcaba en 2011, ha pasado sin pena ni gloria.
Preocupados Peor lo tiene Iglesias que ve como su leal escudero por los pasillos del Congreso, Alberto Garzón, quiere replantearse la relación para evitar caer al abismo. Izquierda Unida no ha ganado nada con este matrimonio. A sus bases, educadas en la coherencia, no les gusta el populismo ni las veleidades nacionalistas y piensan que para tan magros resultados, mejor solos.
Se acercan las municipales y autonómicas y ambos dirigentes, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, deberán enderezar, en paralelo, el rumbo si no quieren llevar sus siglas a la irrelevancia política.
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Victoria Lafora