El tranvía del amor

José Luis Masegosa
23:00 • 14 ene. 2018

Uno de los viejos antepasados de los modernos tranvías eléctricos que en las últimas décadas se han recuperado en varias ciudades españolas fue el escenario de una de las muchas historias de vida, en este caso de amor, de las que han nacido en los  medios de transporte. Ahora que el tranvía cobra la vida que alumbró en nuestro país a finales del siglo XIX, el relato que albergó la “jardinera” –el espacio trasero de los viejos tranvías del siglo pasado- es desgranado con nostalgia por una de sus protagonistas. Recostada en su cama doliente del hospital adonde la implacable gripe le ha llevado, Rosalía cuenta sus años de mocedad, cuando con apenas cumplidos los dieciocho calendarios acudía junto a su hermana Eloísa al taller de bordado de doña Pepita Herrador. Todas las mañanas subían en temprana hora al chirriante vagón del tranvía que les trasladaba desde su barrio sevillano hasta el centro de la ciudad en donde se hallaba el obrador especializado en mantones de Manila. Las dos hermanas observaron una buena tarde en la tercera parada  a un joven alto, apuesto y de buena presencia, que desde el andén miraba el vehículo pasar. La secuencia vespertina de repetiría una tras otras durante varios meses, hasta que un día el joven subió al vagón y desnudó a Rosalía con una mirada de cuchillo. No fueron pocos los trayectos en los que  se reiteró la misma situación. El interés del joven por Rosalía creció irremediablemente en aquel entorno gris de posguerra, donde tras las innumerables y trágicas rupturas de parejas a consecuencia de la contienda fraticida parecía que el amor viviría por siempre en barbecho.
En uno de aquellos encuentros del tranvía, Elíseo venció su timidez y entabló conversación con las dos hermanas, quienes  actuaron con cortesía, pero lejos de toda confianza. Tras sucesivas charlas brotó la amistad, aunque Eloísa y Rosalia mantenían cierta intriga por el acusado acento castellano del galán, quien no tardó en comunicar su origen burgalés de Brivíesca. La amistad abrió paso al afecto y al cariño entre Rosalia y Eliseo, quien cumplidor con las costumbres y exigencias del momento solicitó autorización al padre de familia para formalizar la relación. Hasta ese momento Elíseo había ocultado su verdadera profesión militar de especialista en aeronaves porque sabía de la aversión que su prometida tenía a todo tipo de uniformes, pero finalmente su conciencia le llevó a confesar su verdadera ocupación. La confesión originó un desencuentro que a punto estuvo de desencadenar una ruptura definitiva de la pareja, pero el amor se impuso y la bordadora andaluza y el militar burgalés se casaron y se trasladaron a una base militar en Burgos, donde la familia se incrementó con seis hijos. Tras su jubilación, Elíseo quiso regalar a Rosalia la vida que habían abandonado en el Sur, donde él falleció hace unos años. Al final del relato el periodista enseña a Rosalia un documental sobre los tranvías españoles. A sus 85 años la mujer no puede evitar regar sus mejillas con dolorosas lágrimas cuando presa de emoción reconoce en una secuencia el tranvía de su vida, el tranvía de su amor. Rosalia ha fallecido en e hospital hace unos días, pero antes ha podido viajar en su tranvía.







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