Ni un paso atrás decían los intelectuales del independentismo, a pesar de los peligros que se intuían. El estado de ansiedad que se había producido era tan alto que se buscaba que “algo” pasara para salir de la zozobra. El ex consejero Santi Vila, el único que sí dio un paso atrás, contaba la emocionalidad extrema con que se vivieron las últimas horas antes de la hecatombe. Me recordaba aquellos jóvenes de los barrios marginales de finales de los ochenta que después de una semana atracando gasolineras y saciados de alcohol respiraban al ser detenidos como si fuera una liberación. La política catalana tiene mucho de anfetaminosa, de vivirse al límite.
Mensajes de odio La calma política que se produjo durante las primeras semanas después de la intervención autonómica iba a durar poco. Las elecciones volvían a reavivar la lucha por el poder y la confrontación política. Los problemas de fondo no habían desaparecido. La sociedad catalana que hoy se visualiza es la de dos Cataluñas casi antagónicas. A Ciudadanos, el partido más votado, se le ha estigmatizado hasta límites preocupantes e inquietantes. Por otra parte, en Cataluña se ha interiorizado que el Estado español pretende humillarlos e ir contra su dignidad y ese mensaje no anuncia nada bueno.
Es normal que en estas circunstancias de ver enemigos hasta en la sombra, los pirómanos, que no son pocos, sigan echando leña al fuego y con políticos huidos y otros, presos con más motivo todavía. La prensa digital nacionalista y la más conservadora de Madrid junto con las redes sociales son los altavoces más promiscuos de esta retórica de odios. No extraña que el pesimismo se haya apoderado de numerosos catalanes en un sociedad confrontada y dividida.
Los puentes rotos En este contexto de altas tensiones no queda otra que apelar a la ciudadanía a la mesura sino queremos que el clima de gerracivilismo que se ha instalado en Cataluña siga presente y pueda extenderse al resto de España. Con todos los puentes rotos y un gobierno central sin capacidad de liderazgo, no se puede esperar mucho de la política. No es el momento de repensar nuevos proyectos políticos ilusionantes, ni de que buenos son unos y que malos son los otros. La razón democrática debe esperar un tiempo. Ahora no toca.
Ahora se trata de qué podemos hacer para evitar el desastre y como aprender a convivir con este conflicto de fondo. Y la primera responsabilidad es la de los ciudadanos. Las memorias de Manel Ortinez, un burgués ilustrado catalán, son muy oportunas para el momento que vivimos. Ortinez invocaba a la conciencia cívica y a la pedagogía discursiva ante los desastres que habría provocado la guerra civil. Se trataba de que cada uno lo hiciera lo mejor posible, en su familia, en su casa, en su trabajo y que todos nos íbamos a beneficiar de aquello.
Epilogo Pues bien, en estas condiciones lo prioritario es ser lo máximo de cuidadoso con el lenguaje, de no herir la sensibilidad de nadie, ni por chirigotas ni por twist ni por videos ofensivos. En Cataluña hay demasiada gente que a la mínima oportunidad saltan con enorme agresividad, con razón o sin ella. Mejor no provocar innecesariamente. Hay que enfriar todo lo que se pueda el debate, de no entrar al trapo de polémicas que solo sirven para enfrentar. No estaría mal que vayamos practicando todo ello. La pax catalana pasa aquí y ahora por no echar leña al fuego más de lo debido. Mientras tanto, habrá que ir madurando como mejoramos la convivencia.
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