Cartas que no se pueden leer

Jose Fernández
23:22 • 24 ene. 2018

A veces llegan cartas, sí, pero hay que reconocer que pocas cosas resultan tan tristes como una misiva enviada a alguien que nunca podrá leerla porque ya no está entre nosotros. Del mismo modo, hay que admitir que los remitidos a un destinatario ya inexistente son un recurso literario que nos permite explorar la ausencia y el vacío, y a veces también el desorden y la ineficacia. Por ir terminando, también diré que es cierto que no podemos juzgar con el mismo rasero a este tipo de envíos. Por ejemplo, la Hermandad de la Virgen del Mar sigue enviando cartas puntualmente a mi querida abuela Maruja, a pesar de que no deben tener noticias de ella desde hace más de una década, más que nada porque está ya en otro plano dimensional y, espero que como Ella, también sobre las olas y escoltada por peces de plata de clara concha. Entiendo que la advocación de la Patrona de Almería es generosa y que sus fieles gozan de su especial protección, pero el optimismo de la Hermandad es mayúsculo al seguir remitiendo cartas a una señora que, de seguir viva, superaría ya el centenar de años cumplidos. Qué le vamos a hacer. Ha pasado mucho tiempo y en casa nos tomamos el tema epistolar con humor. No es lo mismo que el caso de la granadina Angustias Gómez, que ha recibido una amable carta de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía emplazando a su marido a una prueba diagnóstica. Hasta ahí todo normal. Lo malo es que el esposo de Angustias lleva muerto veinte años a consecuencia, precisamente, de la patología para la que le citaban a consulta. Podemos entender el descuadre de archivos en una cofradía religiosa, pero debemos ser mucho más exigentes con lo que la propia Junta de Andalucía llama su “joya de la corona”. Un sistema de Salud que no termina de saber quién vive o quién muere, o que deja morir en urgencias sin ingresar a pacientes con ictus, como ha pasado recientemente, no puede ser joya. Más bien falsificación.







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