A la gente le da igual el Pingurucho

Para encontrar un asunto que ocupe y preocupe a los almerienses aún menos que el eventual traslado del llamado Pingurucho, habríamos de descender a los vericuetos biológicos de la floración de la petunia o al tamaño y color de las nubes, siempre, eso sí, que éstas no tengan un tono cárdeno y se sitúen sobre el conocido “rincón de las panochas”, porque entonces eso sí que levantaría algo más de interés. La indiferencia sobre el Pingurucho comparte la misma raíz que la desidia sobre el Día del Pendón o sobre cualquier otro símbolo que suponga el esfuerzo de sentir y reconocer con orgullo la condición de almeriense. Es, una vez más, esa rara mezcla entre el pudor y la pereza que hace tan difícil que en Almería cuaje un sentimiento de pertenencia a algo. Ojalá la sociedad almeriense en su conjunto sintiera al Pingurucho o al Pendón como algo querido y cercano y tuviera un sincero afecto por su simbolismo. Pero a veces no hay espejo más clarificador que el reflejo de la realidad sobre nuestros deseos para ver que, aunque lleve treinta años marcando con su sombra las horas de sol en la Plaza Vieja, a los almerienses les importa una higa, como casi todo en nuestra ciudad, el destino del Pingurucho. Y no es que me fije en la escasa convocatoria que año tras año logra concitar su solemne celebración cada 24 de agosto; es que ya ni siquiera sirve para encender la mecha de la polémica ciudadana, por mucho que a veces la prensa vuelva a agitar el perfil del Pingurucho en el pico de su muleta. La gente ya no entra en eso. Y ahora que la Junta pide al Ayuntamiento que le consulte sobre su traslado, valga recordar que el Consistorio ya acordó con la Junta el destino del Pingurucho: en el año 2000, el alcalde del PSOE, Cabrejas y su teniente de Alcalde, Diego Cervantes (IU) presentaron con la Junta de Andalucía el proyecto de remodelación de la Plaza Vieja, que según ellas y ellos iba a estar listo en 2005. Y el Pingurucho iba fuera.