Zona de confort, líneas rojas, hoja de ruta, poner en valor, o sea, seguridad, límites, plan, darle importancia... Es el lenguaje de nuestro tiempo usado, especialmente, por los políticos que, para ser entendidos, deberían hablar el lenguaje del pueblo, lo que me hace suponer que, si ellos son fieles a ese mandato, la gente habla así y yo me he convertido en un fósil lingüístico y temo que, a este paso, cueste trabajo que el prójimo me entienda, y, a mí, entender a mi prójimo.
Pero la cosa no acaba ahí. El español está siendo invadido, sobre todo, por anglicismos: target, briefing, timing, brunch, spot, runner, star-up, consulting, casting, fashion, cool, community manager, fake news, celebrity, influencer, photocall... y, en menor escala, por términos franceses e italianos.
¡Y no hablemos del lenguaje de la publicidad! Veo muy poco la televisión pero es inevitable toparse con algún anuncio. Especialmente durante la Navidad creía encontrarme en varios países extranjeros: los anuncios de cosméticos –sobre todo, los perfumes- moda y automóviles se hacían en inglés, francés y, menos, italiano, con acentos y voces inverosímiles, a veces orgásmicas, ininteligibles. Y, claro, llegué a la conclusión de que no se me ocurriría, por nada del mundo, comprar un producto cuyas características no comprendía y, por tanto, desconocía.
Pero, creo, la donación de palabras a otros idiomas es un fenómeno universal. No son pocas las españolas que, sin traducción, han hecho fortuna: bravo, olé, liberal, guerrilla, caudillo, ¡viva!, fiesta, siesta...
¿Se llegará, así, a una especie de idioma universal usual, no académico, en el que muchos, especialmente la gente joven, llegue a entenderse?
Con ese ambicioso propósito surgió, a finales del siglo XIX, el esperanto, creado por el Dr. Zamenhof, polaco, y que, creo, no ha alcanzado la finalidad propuesta, aunque se llegase a traducir a esa lengua voluntarista las mejores obras de la literatura universal como, por ejemplo, El Quijote: “En vilaĝo de La Mancha, kies nomon mi ne volas memori, antaŭ nelonge vivis hidalgo el tiuj kun lanco en rako, antikva ŝildo, osta ĉevalaĉo kaj rapida levrelo”
Pero es el inglés el que se impone -lo que si puede ser lógico, cómodo y necesario en el mundo de la ciencia y de la tecnología- y esos anglicismos han llegado para sustituir a palabras españolas hasta ahora usuales y que definen clarísimamente el concepto, con lo que empobrecen el español, pues las palabras tradicionales serán olvidadas. Por poner un ejemplo, ¿por qué hemos sustituido objetivo, informe, anuncio, corredor por las citadas target, briefing, spot, runner...?
Me acuerdo, a propósito, de un e-mail que en el siglo pasado me envió un amigo. Decía: “desde que las insignias se llaman pins; las comidas frías, lunchs; y los repartos de cine, castings, este país no es el mismo: antes, los niños leían tebeos en vez de comics, los jóvenes pegaban carteles en vez de posters, los empresarios hacían negocios en vez de business, y los obreros sacaban la fiambrera en vez del tupperware. Nadie es realmente moderno si no dice cada día cien palabras en inglés: no es lo mismo decir bacon que panceta, aunque tengan la misma grasa; ni vestíbulo que hall ni inconveniente que hándicap... No tenemos sentimientos, sino feelings. Sacamos tickets, comemos sandwiches, vamos al pub, practicamos el raffting y el camping y el parking y tracking. El mercado ahora es el marketing; el autoservicio, el self-service; el escalafón, el ranking; y el representante, el manager. Los importantes son vips, los puestos de venta stands, los ejecutivos yuppies; las niñeras baby-sitters...”
Como antes dije, esta invasión de anglicismos es especialmente significativa en el mundo de la publicidad. Tanto que la muy seria Real Academia de la Lengua en 2016 hizo un vídeo con dos anuncios: el primero, de un perfume con olor a “swine”; el segundo, de unas gafas de sol “blind effect”. Los compradores del perfume recibieron “una fragancia a granja de cerdos que penetra hasta ‘in your dreams”; los de las gafas, unas que “no te dejan ver nada”
Víctimas de la erótica publicitaria de lo extraño, ¿se explica, así, la aceptación de esas palabras -y expresiones- mutiladoras del hermosísimo español?
No lo sé. Yo, por si acaso y a costa de ser tomado por cipote a la vela, reivindico el almeriense: cúcha, bajapabajo, subeparriba, venacapacá, un diíca, follaíco vivo, totieso por la cera, engurruñío, anca, maspallailla...”
¡Es tan claro!
El hombre de moda
Es Eduardo del Pino: han propuesto darle su nombre a la nueva Biblioteca Municipal; sus libros sobre el costumbrismo almeriense, editados por La Voz, se venden como rosquillas y, ahora, se le ha otorgado el “Premio Alcazaba” por su labor de protección, defensa y difusión del patrimonio almeriense.
¡Es que Eduardo es el alma sensible de Almería!, que retrata cada mañana en la contraportada del periódico con prosa poética, ascética y hermosa.
Los poetas son mis filósofos de cabecera. Y Eduardo, lo es.
A Sevilla, a saltos
Ha denunciado la benemérita Mesa del Ferrocarril –tiene más paciencia que Job- que se acabó el tren directo con Sevilla… hasta 2023. El Ministerio, lo desmiente: lo cuestiono. Si tenemos en cuenta que los trasbordos empezaron en 2015...
¿Es asumible que los ciudadanos de la provincia de una región no tengan tren directo con la capital de esa nacionalidad, según la define pretenciosamente su Estatuto? Antes, la había: retrocedemos.
¿Somos saltamontes los almerienses? Desde luego, nacionales parece que no.
Pingurucho inquieto
Oí al Alcalde decir que el anteproyecto de urbanización de la Plaza Vieja, de la Junta de Sevilla (sic.), contempla el traslado del Pingurucho, aunque –añadió- no se debe entrar en una polémica absurda y estéril sobre su nuevo emplazamiento que –dijo- estará en el Casco histórico.
A mí, que la ciudadanía opine no me parece absurdo ni estéril, sino un derecho cívico, por lo que vuelvo a la carga: un espacio abierto al mar por el que llegaron Los Coloraos: la Rambla o el nuevo proyecto Puerto-Ciudad.
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