¿Hemos pasado de “el que la hace la paga” a “el que la hace está condenado a reinsertarse”; del bíblico Talión, “pagarás vida por vida, ojo por ojo...”, a la “medicina depurativa del alma” de Platón y de los correccionalistas españoles?
En la España de hoy, tan de trincheras, se asocia con la derecha el primer postulado y con la izquierda el segundo. Se ha hecho más una cuestión de política que de ciencia jurídica.
El artículo 15 de la Constitución prohíbe las penas inhumanas o degradantes y la de muerte. Y el 25, dice que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”.
Esas penas, sin embargo, se imponen con una duración predeterminada, meses o años, lo que resulta contradictorio con la reeducación y reinserción social pues, de ser éste el fin único o primordial de la pena, ésta debería ser “hasta que se reeduque y reinserte el condenado”. ¿Cómo se justifican, entonces, sino como clamorosa y cínica hipocresía, los casos que todos los años se producen de quienes, durante el larguísimo tiempo que transcurre hasta que la sentencia sea firme y se ejecute, han formado una familia, a la que mantienen con su trabajo, y están plenamente reeducados y reinsertados en sociedad y, pese a ello, son obligados a ingresar en prisión para cumplir una pena, ya contraria a la orientación constitucional? ¿Cómo la oposición de muchos políticos a la prisión permanente revisable y su empeño en la abolición del indulto y el cumplimiento íntegro de la pena? No tiene sentido constitucional: cumplido el tiempo de la condena, el condenado quedará en libertad plena, háyase o no reeducado y/o reinsertado, extremo, éste, que no podrá conocerse hasta que vuelva a vivir en sociedad. Esa duración fija es la prueba evidente de que la pena es un castigo de la sociedad a la culpabilidad –así como los también clásicos fines de intimidación y freno- más que de derecho, como alguien parecería entenderla.
Y como castigo la define el Código penal al establecer la sanción correspondiente a cada delito: “el culpable de... será castigado con la pena de...” La pena, pues, nace de la culpabilidad.
De hecho, en la Exposición de Motivos del nuevo Código Penal de 1995 se dice que “se propone una reforma total del actual sistema de penas, de modo que permita alcanzar, en lo posible, los objeticos de resocialización que la Constitución le asigna.” Por el contrario, la Ley Orgánica 1/2015, que introduce la pena de prisión permanente revisable, no menciona los objetivos constitucionales. Dice que “se trata de una institución que compatibiliza la existencia de una respuesta penal ajustada a la gravedad de la culpabilidad, con la finalidad de reeducación a la que debe ser orientada la ejecución de las penas de prisión.”
Desafortunadamente, la realidad enseña que, en no pocos casos, la prisión no reeduca ni rehabilita: todos sabemos que autores de delitos odiosos, cuando salen, reinciden.
Pese a ello, soy absolutamente contrario no ya a la pena de muerte -¡claro!- sino a la muerte civil a que equivale la cadena perpetua. Pensemos, por ejemplo, que Totó Riína, el sanguinario capo de la Mafia, ha muerto en la cárcel de Parma con 87 años y enfermo de cáncer, denegada su petición de morir en casa.
Pero salvados esos dos casos límite –que rechazo incondicionadamente, pues son penas inhumanas, pura venganza, y la pena ha de tener un componente moral- es la propia sociedad la que, a través de sus representantes -el poder legislativo- establece la gravedad de la pena que se impone al culpable, en proporción despersonalizada a la gravedad del delito.
Y todo ello, para mí, en virtud del contrato social –llamémosle como queramos- que no otra cosa es vivir en sociedad, la cual expulsa, temporalmente, a quienes no se integran.
Y ahí encaja, a mi juicio, la prisión permanente revisable, que no perpetua, y se aplica en la mayoría de los países de Europa, conforme a la Convención Europea de Derechos Humanos.
Sin embargo, se oponen a ella las izquierdas y, sinuosamente –como suele- Ciudadanos, con olvido de que, como escribió el domingo pasado Pedro Manuel de la Cruz, “el con el delincuente y la vocación reinsertadora de la prisión solo alcanzan a ser, en demasiados casos, la aspiración utópica de una moral profética. Aplíquese a ellas y a todos los que cometan delitos las condenas contempladas en nuestra arquitectura penal sin venganza. Pero, también, sin ingenuidad.”
A fin de cuentas, la Justicia consiste en dar a cada uno lo suyo. Pero ¿qué es lo suyo?
Josefina Samper Es posible que nuestra paisana Josefina Samper fuese conocida, sobre todo, por ser la mujer de Marcelino Camacho y por sus célebres marcelinos, los jerseys de lana gorda y cuello alto que le hacía a su marido.
Josefina fue muchísimo más: comunista desde la adolescencia, feminista –fundó el Movimiento Democrático de Mujeres- sindicalista..., y –ella y su marido, como una unidad indisoluble- mitos de la reciente historia democrática.
Recordaré siempre su calidez, cordialidad y la firmeza en sus convicciones.
El PSOE y De Guindos Pedro Sánchez y el PSOE oficial hacen campaña en contra de la candidatura de Luis de Guindos -Ministro que ha sacado a España de la crisis- a la Vicepresidencia del Banco Central Europeo… porque prefieren a una mujer, indeterminada, pues no proponen a ninguna.
Era tradición que estos cargos de Estado, de presencia de España en Europa, fuesen apoyados por Gobierno y oposición: Solbes, Almunia, Magdalena Álvarez...
El PSOE de Sánchez es, simplemente, adanista, y no se le entiende en Europa. ¿A dónde va?
El Día de la Radio La ONU fijó como “Día Mundial de la Radio” el 13 de febrero. ¡Pero si todos los días lo son de la radio! ¿Se imagina un día, uno sólo, sin radio?
A mí, me es imposible: forma parte de cada uno de mis días, desde que, de niño, jugaba en los estudios de Radio Berja, y trataba de localizar emisoras con el hilillo de alambre en la radio de galena que yo mismo construía en una caja de puros. Es el medio de comunicación y de distracción más universal y cercano… y eterno.
Somos los mejores y más íntimos amigos.
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