Nos gusta una pelea más un americano en el Quiosco Amalia. Y es que en esa fascinación por el desencuentro se encuentran más trazas del ADN almeriense que en una paila de migas cuando empieza a oscurecer por el Rincón de las Panochas. Así hemos sido, así somos y, por lo que veo, me temo que así seguiremos siendo en el futuro. El día que los almerienses despejemos la metafísica del dos por tres calles comenzaremos a vivir en una ciudad más razonable. Pero mientras tanto, seguimos buscando banderines a los que unos se puedan enganchar contra otros. Están recogiendo firmas por el mantenimiento del Pingurucho en su actual emplazamiento, porque el follaero hay que sustentarlo con la rúbrica de los más cafeteros. Y la verdad, por mucho que nos pongamos, menos de 600 firmas en siete meses es un éxito sólo comparable al de la suscripción popular con la que se iba a levantar el monolito y que finalmente tuvo que acabar pagando propio el Ayuntamiento de Almería porque el pueblo soberano no terminaba de rascarse el bolsillo. He aquí otra de las milongas históricas con la que se insiste en dotar de alargada sombra al Pingurucho: no hubo mandato popular de reconstrucción, como tampoco hubo decisión mancomunada de tirarlo, que ya de eso se ocupó un alcalde constreñido por la visita del general Franco a Almería. Pero volvamos a la cosecha de firmas y al gusto por el alboroto, que en la lírica popular es el preludio del tiroteo. ¿Ninguno de los firmantes sabe que el proyecto de remodelación presentado por la Junta y el Ayuntamiento del PSOE-IU contemplaba la supresión del Pingurucho y la vegetación? Hagan memoria o atrévanse a tirar de hemeroteca. Pero ya digo que nos encanta en enzarzarnos en lo pintoresco y dejamos pasar de largo lo necesario. Por eso dejo aquí una puntilla como una de las 24 que sale de la bola que corona al Pingurucho. ¿Cómo es que a nadie se le ha ocurrido pedir firmas para que la Plaza Vieja se termine de una puñetera vez? Ahí lo dejo.
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