...Y con el puñal matando. Es lo que presuntamente ha hecho el protagonista del inusitado suceso acaecido en Kerala, en el sur de la India, donde Johnny, el sacristán de la iglesia de Malayattoor, ha apuñalado a su párroco, el sacerdote católico Xavier Thelakkat, según informó hace unos días la agencia de noticias Fides. El autor de la mortal agresión fue despedido hace tres meses y recientemente había mantenido una fuerte discusión con el sacerdote, quien había adoptado algunas medidas disciplinarias relacionadas con el funcionamiento del santuario de Malayattoor. El pasado día 28, tras el desencuentro, el cura fue apuñalado en una pierna y a pesar de que le trasladaron urgentemente al hospital más cercano murió poco después a consecuencia de las profundas heridas sufridas y por la pérdida de sangre. El agresivo sacristán se encuentra huido.
No es el único caso de despido parroquial. Hace tres meses, un juzgado de lo Social de Sevilla declaró improcedente el despido del sacristán de la parroquia de la Inmaculada Concepción de Alcalá de Guadaíra, quien alegó que el párroco le despidió como represalia porque le acusaba de haber divulgado públicamente que mantenía una relación sentimental con una mujer. El trasfondo de estos relatos adivinan la genuina situación social de un colectivo de mujeres y hombres que prestan un servicio calificado por los párrocos de imprescindible para el buen funcionamiento de sus parroquias, una tarea que convierte a las sacristanas y sacristanes en las manos de los curas, sobre todo en aquellos destinos en los que comparten varias parroquias. Las peculiaridades de estos misarios son tan diversas y curiosas como sus propias personalidades, que no han podido evitar su adaptación a los nuevos tiempos, aunque sus labores mantienen la esencia de sus orígenes.
Hace unos días descubrí en una joya del Barroco andaluz a uno de estos singulares escolanos que apaga los cirios a la vieja usanza, con tan potentes soplidos que no hay llama que se resista a tres y cuatro metros de distancia. Todo un prodigio eólico. En numerosos casos estos sotasacristanes ya no precisan asirse a las cuerdas de los campanarios y hacer músculos al ritmo de los toques y repiques de las campanas; ya no han de subir a las espadañas para ajustar las horas y dar cuerda a los relojes de antaño que, aún mecanizados, marcan la vida de la feligresía. No, los escolanos de hogaño tienen poco que ver, verbigracia, con Francisco Rodríguez Rodríguez, el penúltimo misario que conocí en mi pueblo, que culminó su oficio en Benahadux con casi sesenta años de servicio y cuya historia emplazo a mejor ocasión. Él era como aquellos sacristanes de sotana y capa enarboladas, virtuosas voces del miserere, maeses de prodigiosos armonios y cualificados cantores de gregoriano que imprimían solemnidad a toda función. Aquellos sacristanes a Dios rogaban, pero lo único que mataban era alguna que otra coyuntural jumera del espirituoso vino para consagrar.
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