Los relojes que usan la frecuencia de la red eléctrica, que se hallan en la mayoría de microondas, radiodespertadores y otros electrodomésticos , sufren desde el pasado mes de enero un retraso de seis minutos con respecto a la hora oficial y sólo se libran los aparatos que tienen un sistema de control autónomo, como es el caso de los ordenadores o de los teléfonos móviles. Esta anomalía de los “pelucos” eléctricos ha sido difundida por agencias y medios, sin que hayan reparado en que “problemas” de esta índole no sucederían si se mantuvieran en uso los fieles relojes de sol, de agua o de arena que tanto han servido a la Humanidad. Es el caso del reloj de arena que desde hace un siglo y cuarto cuenta el tiempo que cuenta el “fraile del tiempo”, el más antiguo meteorólogo conocido, que junto al “Zaragozano” constituyen para las gentes del campo los dos medios con mayor fiabilidad en cuanto a las predicciones meteorológicas, sin olvidar, por supuesto, las legendarias cabañuelas que tanta atención generan entre labradores y aficionados a la predicción, pese a los vanguardistas avances y técnicas de la moderna meteorología, cuyos espacios televisivos encuentran la mayor audiencia de toda programación. No en vano dichos espacios han conformado los primeros diarios informativos de la historia de la radio y la televisión. Es tanta la fidelidad que generan en los telespectadores que algunos, como Antonio Torregrosa, el barbero de mi pueblo, son capaces de relatar a diario los partes meteorológicos de las cadenas generalistas más vistas, sin olvidar la identidad y detalles del informador/a correspondiente.
No obstante, la credibilidad que se ha ganado a pulso el higrómetro del fraile en el ámbito rural está tan extendida que resulta extraño visitar cualquier casa de labranza y no hallar junto al aparador o en las encaladas paredes de la cocina el inconfundible y centenario ingenio que apenas ha modificado el icono gráfico del barbudo fraile, con capucha y vara, junto a la bola del mundo, la columna con los rótulos indicativos del tiempo que hará en las próximas 24 horas, su libro abierto y su reloj de arena, que otorgan cierto aíre de sabiduría. El paisaje del fondo sí ha cambiado algo: en una edición limitada figura la montaña y la abadía de Montserrat, y en otra dicho espacio lo ocupa un verde prado con un riachuelo que lo surca.
El próximo año el higrómetro del fraile cumplirá un siglo y cuarto, desde que en 1894 lo inventara Agapito Borrás, y aún atesora una fórmula secreta que permite medir la humedad mediante un elemento que propicia unas predicciones infalibles y que la familia Borrás guarda en el más estricto de los secretos, aunque se sabe que es un producto natural que se contrae o se dilata con la humedad. Los años de existencia de este fiel meteorólogo no le han evitado elucubraciones, misterios y leyendas, como la que atribuye la capacidad de predicción del fraile a un sistema elaborado con pelos de una joven rubia y lozana; la que radica el secreto en crines de caballo blanco o la que lo adjudica a una tripa seca de cordero lechal o de cerdo común. Cualquiera que sea el secreto, lo cierto es que a primera vista el fraile del tiempo tiene su misterio, un enigma que solo conoce la cuarta generación de la familia Borrás, actual propietaria y fabricante del ingenio predictivo.
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