El próximo jueves se conmemora el Día Mundial del Agua, una jornada reconocida por la Organización de las Naciones Unidos que se dedica a concienciar la relevancia de este elemento de la naturaleza, imprescindible para la vida. Hoy mismo comienza el primer acto de la intensa semana organizada por la Comunidad de Aguas de la Comarca de Níjar, que concluirá el próximo viernes con la clausura a cargo del consejero de Agricultura, Rodrigo Sánchez Haro. Un vasto programa de actos en el que se va a hacer hincapié en la imperiosa necesidad de sensibilizar a la sociedad acerca de la atención y cuidado que hemos de dispensar a este rey del universo que posibilita la vida en nuestro Planeta. De esa necesidad se sabe mucho en esta esquina del mapa patrio, donde la desertificación es una realidad cotidiana y donde las precipitaciones, tan ansiadas como escasas, se valoran como el imprescindible maná que alimenta la propia existencia.
Si para todos los seres el agua es vital, más aún lo es para quienes trabajan la tierra por lo que no hemos de extrañar su especial sensibilidad, sus desvelos y preocupaciones con la climatología. De ahí que estas buenas gentes del campo, estos agricultores sean los mejores observadores del clima y de la meteorología. Amén de los avanzados dispositivos tecnológicos destinados al estudio y análisis de las ciencias de las Tierra, los guardianes del campo se sirven de tradicionales ritos, de extravagantes métodos y, sobre todo, de la participación de otros seres del reino animal para conocer y prever los fenómenos que afectarán a sus cultivos. Días atrás, un experimentado agricultor me aseguraba que el canto nocturno del gallo en doce veces sucesivas anuncia lluvia segura, así como los trinos persistentes del pájaro carpintero. Y así lo han ratificado las posteriores horas de algunas precipitaciones. No como en el oeste de nuestra Comunidad, en concreto en la capital hispalense, donde una quincena continuada de lluvia, me comenta un amigo residente, ha sumido a sus convecinos en una contrariedad manifiesta.
Ante la adversidad climatológica de las últimas jornadas, un frutero del barrio sevillano donde habita mi amigo le susurró alarmado que a causa de tanto cielo gris y tal abundancia de lluvia sus convecinos andan afectados de la mente y transitan por la calle en incomprensibles monólogos. Por su parte, desde que la bendita agua cae sobre Triana, la pescadera de la calle Pureza no cesa de recordar con los mejores “deseos” a quien les ha enviado “esta maldición de agua”, recordatorio al que se suma la clientela presente. Acaso el espíritu hispalense se haya generalizado meteorosensible o el manido refranero –nunca llueve a gusto de todos- adquiera plena vigencia, pero solo la insensatez es capaz de hacer de la inofensiva lluvia una maldición o un factor pernicioso para la salud mental. Es evidente que la opinión sobre el agua de lluvia, siempre que no sea dañina, en este rincón del Sureste difiere sensatamente de la que atormenta a algunos hijos del Betis, y es que la climatología y la lluvia también nos hace ser diferentes, sobre todo donde casi nunca llueve y abominamos de la persistente sequía.
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