En el continuo debate en nuestro país sobre república o monarquía, hoy me voy a inclinar por lo segundo. Pero no me refiero a reyes terrenales, que pocos méritos suelen hacer para conservar sus puestos. La realeza musical es diferente, y os cuento. En las postrimerías de los 60 nació un estilo musical que iba a dar mucho que hablar para después caer un poco en el olvido colectivo, quedándonos solo unos pocos locos repartidos por el mundo como seguidores incombustibles de esas músicas tan peculiares, esas canciones que no se rigen por las previsibles estrofas, estribillo, solo y final. En España, que siempre somos algo especialitos, lo bautizamos como rock sinfónico, aunque en el mundo anglosajón fue y sigue prog-rock o art rock. Realmente la etiqueta es lo de menos, lo interesante es el contenido.
Los 80 acabaron prácticamente con esa maravillosa música, demasiado compleja y sensible para que las masas de esa “década maravillosa” pudiesen detenerse a paladearla, totalmente doblegados a lo facilón saturado de ecos, cardados y hombreras. Hasta las grandes bandas del género - dinosaurios se les llamaba - como Genesis, Camel o Yes - tuvieron que alinearse cerca del enemigo e insuflar tintes comerciales a sus discos ochenteros. Eso ya no era progresivo, era otra cosa.
A partir de ese momento solo los valientes se atrevieron a continuar por esta senda. Ya no llenaban estadios, ya no eran rock-stars, pero durante décadas han ido surgiendo bandas que han mantenido la tradición del progresivo y además han aportado nuevos enfoques y sonidos al género. Hace poco en mi taberna radiofónica pinché un buen ejemplo de muy monárquico nombre: The Flower King de Roine Stolt.
En los 90, tras algunas otras experiencias previas como Kaipa -una banda de culto-, este sueco graba un mágico disco cuyo título dio lugar inmediatamente después a una de las bandas fundamentales del progresivo contemporáneo.
Todo un hombre orquesta, gran compositor, guitarrista excepcional, teclista y cantante más que aceptable, Roine es capaz de, años después del boom del sinfonismo en el rock, hacernos cerrar los ojos y soñar con la belleza de la música. Todo ello sin plagiar ni imitar, aportando nuevas composiciones, desde la fabulosa y optimista homónima, pasando por las tremendamente progresivas -los Emerson, Lake and Palmer seguro que planeaban por su mente - ‘The sounds of violence’ o ‘The magic Circus of zeb’, la preciosa balada ‘kingcrimsoniana’ que es ‘Close your eyes’ o la extensa suite –algo que nos chifla a los ‘proggers’- titulada ‘Hummanizzimo’. Pues sí, el Rey de las flores llegó para maravillarnos, para cautivarnos con su música y para quedarse. Con estas monarquías si me quedo yo, para que os voy a engañar.
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