Parece una broma pesada, pero quienes tiran contenedores contra los mossos y amenazan al juez Llarena, cachorros de la CUP, son los mismos que, unidos por la espalda con el juez, han puesto en marcha el reloj de las previsiones institucionales y han dado en el Parlament el golpe de gracia al independentismo.
Un sarcasmo. El juez, por quererlos dentro de la ley. Y la CUP, por quererlos fuera. Ambos han dejado descabezada la causa del separatismo. Llarena precipitó la detención del gran timonel, Puigdemont. Y los cuatro diputados de ese grupo político hicieron imposible la investidura del candidato Turull.
No solo en la desobediencia y el desacato están instalados los llamados "anticapitalistas". También en la violencia perpetrada contra lo que ellos llaman "Estado represor". Ahí sí coinciden con el discurso del oficial (ERC, JxC y PDeCat), paradójicamente cargado de pacifismo, pues su argumento recurrente es que no practican la violencia. Discurso tramposo donde los haya. No solo porque se distrae en un posible agravante (la violencia) olvidando el tipo penal que se persigue (rebelión contra el Estado legítimamente constituido), sino también porque los hechos desmienten el supuesto pacifismo de la causa independentista.
Presumir de pacifistas e ignorar el pecado de la rebelión les permite hablar de "Estado represor" y "democracia enferma" porque se les persigue por sus ideas. Es como si un conductor que se carga a un ciclista por saltearse un semáforo en rojo llora de rabia porque no se respeta su derecho a la libre circulación.
El otro día en la radio, el portavoz de JxCat, Eduard Pujol nos decía que en ninguna democracia ocurre lo que en España, donde no se respeta el resultado de las urnas. Tiene razón en o primero: en ninguna democracia ocurre que una facción política pretenda que pase por algo normal el desacato, la rebelión contra el Estado, o el intento de trocear unilateralmente el principio de soberanía nacional.
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