Mientras escribo estas líneas, orbita sobre nuestras cabezas un vehículo espacial chino fuera de control que está precipitándose sobre la Tierra sin que nadie pueda precisar el lugar de su impacto. Les hablo del Tiangong-1, cuyo nombre quiere decir en español “Palacio Celestial”, lo que establece un interesante nexo entre la industria aeroespacial china y el mundo del puticlub de autovía española. Pero no nos desviemos. Les hablo de una nave sofisticada y carísima que pesa cerca de nueve toneladas y que ahora mismo, quizás, esté pasando sobre Almería a punto de convertirse en una gran bola de fuego. Y ante este tipo de noticias existen varias reacciones posibles: la histérica, que consiste en sacarse pase 24h. en los refugios de la Guerra Civil y quedarse allí hasta que sepamos dónde ha caído la cosa (en 2015 cayó un pedazo de satélite en Calasparra, así que menos risas) aunque también podemos seguir haciendo nuestras vidas con normalidad, que es la opción que yo recomendaría, si no tuviera entre mis ocupaciones la de modesto cronista de la actualidad local. En ese caso lo razonable es intentar extraer consecuencias positivas de la eventual caída del “palacio celestial” sobre Almería. ¿Puede ser bueno que nos caiga encima una estación espacial descatalogada? Depende. Si cae sobre Puerta Purchena desde luego que eso no tendría nada de bueno. Pero ¿y si cayera sobre el Algarrobico? Eso ya sería distinto. Imaginen la suerte que tendría la Junta de Andalucía si de la noche a la mañana un impacto directo borrase del mapa ese enorme dolor de cabeza que supone hoy la obra que bendijeron hace ya un montón de años. Porque lo cierto es que ese hotel no cayó del cielo, sino que fue levantado ladrillo a ladrillo, hasta que una ministra socialista, de paseo en barco, vio la obra y mandó parar. Puede que más de uno esté mirando al cielo, a ver si con suerte toca la china.
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