El problema de la delincuencia es que, si no encuentra resistencia, tiende a extenderse, de la misma manera que, en Física, se sabe que el vacío no tarda en ser ocupado. Y hay dos puntos, en España, cuya contemplación irrita tanto como asusta, o indigna en el mismo grado en que nos enfada.
La principal de ella es lo que sucede en Algeciras con el narcotráfico, donde las bandas dominan el territorio, tienen a miles de ciudadanos -incluidos menores- a sueldo, a buenos sueldos, mientras las fuerzas de orden parecen presas del desorden, con falta de medios, de vehículos, de hombres y de armas.
En Algeciras ocurren esas cosas que son habituales en Méjico, o en Brasil, o en la Colombia de hace un par de años, pero que parecían improbables en la España del siglo XXI.
Por decirlo de una manera comprensible, en el partido entre los narcotraficantes y la Guardia Civil vamos perdiendo por goleada. Algeciras está dominada por los delincuentes, los capos, los traficantes y sus esbirros. Es tan hegemónico el delito que hasta salta la sospecha de si entre los "empleados" del narcotráfico hay alguno de los nuestros.
Y hay otro punto, donde las fuerzas de orden, ya no sabemos si están a favor de los ciudadanos que cumplen la ley o trabajan de escoltas de los que cortan carreteras, queman neumáticos, impiden el paso por autopistas y amenazan, no ya a los que cumplen con la Ley, como buenos ciudadanos, sino que intimidan incluso a los jueces que aplican la Ley. Y el ministro ha dicho que eso es violencia, pero la violencia continúa, con lo que se demuestra que las palabras, sean de un conserje o de un ministro, son inútiles si no van acompañadas de algún tipo de acción.
La facilidad y desparpajo con que se mueven los narcotraficantes en Algeciras, y la comodidad con la que actúan en Cataluña esos totalitarios autodenominados comités republicanos, son dos vergüenzas visibles y dolorosamente cotidianas.
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