Aunque se quisiese hacer abstracción del infecto cotilleo mediático que inunda algunas programaciones y publicaciones resultaría imposible dado el alcance del “manotazo real”, que ha traspasado todas las fronteras para ostentar notoriedad universal.
El vídeo “familiar” implica a todos: abuelos, padres, nietas… y alguna espontánea calificación de una prima política (Marie Chantal) que hace su particular apreciación sobre el “verdadero” carácter de la Reina Letizia. A falta del clásico plúmbeo cuñado, siempre hay una prima política en auxilio.
Les confieso mi estupefacción al mirar decenas de veces el vídeo que, dicho sea de paso, contiene sendos episodios, a cual más indignante desde mi perspectiva; es decir, la perspectiva de un plebeyo normalico que desconoce la impostura del protocolo real y, como abuelo recién estrenado, permanecería aún sumido en la miseria si hubiese sido víctima de tan humillante situación. Pero -insisto- desconociendo los condicionantes protocolarios que escenifican las apariciones, comparecencias, posados… hay algunos gestos que, ya sea en sede real, pontificia o en una timba, resultan imperdonables.
En el vídeo se percibe que la Infanta es retirada por su abuela cuando estaba a punto de dar la mano a una invitada a los oficios de Pascua en la Catedral de Palma. La señora en cuestión quedó con la mano extendida al separar apresuradamente la Reina emérita a la Infanta para encuadrar la foto con amabas nietas. Doña Letizia, que siempre está en el detalle, percibe la escena y apercibe ostensiblemente a su suegra de que no es proceder ni momento. Doña Sofía insiste, y la nieta retira con inusitada energía el brazo de la abuela al ver la desaprobación de su madre. Evidentemente, aquí se observa algo más que disciplina, pues la nieta no tenía que ser tan expeditiva, salvo que un leve gesto de su madre alcance el rigor de sentencia inapelable.
Si el gesto de Doña Letizia hubiese sido el de dirigirse a la señora que pretendió saludar a la Infanta disculpando a su suegra que se encaprichó de una inoportuna foto, ahora estaríamos celebrando el comprensivo gesto de la nuera con Sofía y subrayando la exquisitez de Letizia con el pueblo llano. Pero no. Persistió asaz despropósito a la salida del recinto, cuando la frustrada abuela se consoló dando un beso a su nieta en la sien, y que la madre vino a “desautorizar y conjurar” retirando y restregando con el pulgar; como si te dejaran un rastro purulento.
Para los que nos consideramos intelectualmente republicanos, lo que no incluye irreverente y beligerante aversión a la Corona, la elección del Príncipe Felipe me pareció un ejercicio de libertad y modernidad dentro del encorsetamiento y anacronismo que mantienen las casas reales al optar por la sangre azul como único argumento para garantizar la pervivencia de la saga. Esta decisión, como ya ocurriese con la realeza británica (Carlos y Camila), no estuvo exenta de dudas y cauciones. Sin embargo, desde la perspectiva de una sociedad moderna se intuyó un nuevo modelo; más próximo a la realidad cotidiana, y que acercaba la Corona a lo que el resto del pueblo siente, ama, apasiona y decide.
Por otro lado, y desde mi convicción refractaria a las líneas sucesorias porque sí, siempre es mejor tener un jefe del Estado con una profunda formación y esmerada preparación a tal efecto, así como consorte con buena formación académica y exitosa experiencia profesional; esto, mejor que un presidente de república de carambola pactista y con la preparación que exhiben algunos de los actuales pretendientes que adornan el paisaje y paisanaje político español. Estos siniestros personajes son los que, lamentablemente, se van a beneficiar de este desgraciado “episodio” para abundar en su “libertad de expresión” quemando fotos, denostando y vituperando desde el irracional y sectario republicanismo más zafio y revanchista. El pueblo comprende y perdona. El populacho aprovecha los errores para incendiar. Y la Corona ha de sofocar estas innecesarias briznas por el bien de todos.
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