Waterloo

Antonio Álvarez
15:51 • 09 abr. 2018

Todo en la vida es según el cristal con que se mira. Waterloo es el nombre de un amable pueblecito en Bélgica que suena a Napoleón, retumba a batalla y a fin de un imperio en segunda vuelta (los 100 días); y no sabe a coñac, como mucho a borrachera bélica. Derrota definitiva o victoria de la alianza, según de qué lado cayera el fedatario histórico. Napoleón, el corso que hablaba francés con acento italiano, y que provocó un terremoto despótico, pero a la vez ilustrado, en la Europa del tránsito entre el dieciocho y el diecinueve; que se nombró Emperador, y a su vez por su tropa militar era denominado como “el pequeño cabo” por su cercanía y admiración de la soldada, es aún hoy objeto de controversia (admiración o rechazo) en la siempre observada Francia de la V República desde ‘Mi Querida España’ de pandereta. 


Waterloo me lleva a dos canciones. La primera ganó Eurovisión, cuando este festival no era la ‘frikada’ de hoy. Fue escrita por Benny, Björn, Frida (tres componentes y compositores de ABBA) y Stig Anderson (su manager) y habla de cómo una chica se tiene que rendir a un romance, en modo análogo a como Napoléon cayó tras la batalla... Aquí en España Los Enemigos grabaron una versión mítica de dicho tema, en origen un rock con aires glam, y que fue y será un hit. Por cierto, en el 50 aniversario de Eurovisión fue votada como la mejor canción de la historia del festival (creo recordar que nuestro ‘Eres tú’, de J. C. Calderón interpretada por Mocedades quedó segunda). La seriedad imperaba aún. 





La otra canción es, lo confieso, una de mis favoritas. Escrita por Ray Davies, líder y compositor de The Kinks, la eterna banda segundona del pop británico más laureado, pero que pasado el tiempo, los excesos, discos y controversias entre hermanos, es un banda instalada en el Olimpo; y Ray, uno de los cerebros del siglo XX en el arte de escribir canciones, (por cierto recomiendo la biografía Atardecer en Waterloo de Manuel Recio e Iñaki García, en Sílex Ediciones). ‘Waterloo Sunset’, la canción, transcurre en Londres, a mitad de los 60, donde una pareja de enamorados quedan en la estación con nombre de batalla y cruzan el Támesis al atardecer. Es la imagen idílica del Swingin’ London, la explosión de color y pop que vivió Londres esa década. Una sencilla historia de amor con la melodía perfecta...





Es curioso cómo una batalla puede dar pie a tanta belleza, y preocupante cómo hay gente que en la historia no sabe coger el tren que puede salir de una estación como Waterloo hacia a un lugar amable. Por cierto, llego al final de mi trayecto y me bajo tras quinientas palabras sin hablar del delirante golpista, de cuyo nombre no quiero acordarme, que ha vivido en Waterloo, y ha contado ovejas amarillas en una prisión alemana.




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