En España hay excelentes profesores de Universidad, muchos, algunas Facultades que no desmerecen de las mejores de Europa y alguna Universidad pública digna de elogio. Pero la valoración global del mundo universitario no pasaría una auditoría mínimamente rigurosa. El escándalo de los másteres de Cristina Cifuentes y de Pablo Casado simplemente están llevando a la superficie el iceberg que esconde una buena parte de la Universidad española. Y no es culpa del PP sino de la propia Universidad y de sus responsables.
La Universidad lleva décadas viviendo de espaldas a la sociedad. Ha perdido su prestigio; no forma profesionales de calidad; elude mirar al mundo laboral; tiene centenares de titulaciones que no cursan más de 10 alumnos; multiplica el número de máster, muchos de ellos repetitivos de lo que enseñaron en el grado -no hay más que ver las convalidaciones de 18 asignaturas sobre un total de 22- e, incluso, los da sin que se cursen, porque lo que se busca es alargar la estancia de los alumnos, pagar algo más a los profesores y multiplicar los ingresos de la institución. Sigue viviendo encerrada en sí misma, sin atender a los problemas sociales, sin especializarse, sin buscar líneas de investigación con las empresas de su entorno, bajando los niveles de exigencia cada año y manteniendo el falso mensaje de que una carrera universitaria garantiza un futuro mejor. Y, sobre todo, con una endogamia enfermiza, sin autocrítica y con graves deficiencias de gestión y de transparencia. Y de espaldas también al cambio tecnológico.
Todo esto lo saben en la Universidad, en el Ministerio y en las Consejerías de Educación, lo saben los partidos políticos y lo sabe todo el mundo. Se han creado Universidades y centros universitarios que eran absolutamente innecesarios, con un aluvión de profesores que no tenían el nivel para acceder a las cátedras. Y se cuenta con otro ejército de profesores lamentablemente pagados, que solo esperan que el jefe les coloque mejor en su respectivo Departamento. Pero se mantiene el sistema sin que nadie se atreva a hacer cambios. Duele ver lo que está pasando, pero no merece la pena escandalizarse con lo de los másteres falsos. Es la Universidad la que no debería permitir ni un minuto más su propio desprestigio.
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