Esta semana se cumplen sesenta años de la muerte de Rosalind Franklin. Con motivo de este aniversario, multitud de medios de comunicación le han dedicado líneas y líneas reclamando para ella el lugar en la Historia que las circunstancias de su tiempo le negaron. Editoriales, columnas, blogs de divulgación y revistas especializadas coinciden en el veredicto: ella es la científica olvidada y marginada por el Nobel.
¿Pero cuál fue su logro y por qué fue repudiada? Quizá, lo más sencillo sea contestar primero a la segunda de las cuestiones. Y es que ella fue apartada del camino del reconocimiento por el mero hecho de ser mujer. Aunque quizá no sea justo hablar en estos términos. Ser mujer no puede ser la excusa. La verdadera razón fue la misoginia y el machismo que imperaban en el mundo científico a mediados del siglo XX.
Rosalind Frankin era una joven brillante, experta en el uso de la técnica de difracción de rayos X, y que con apenas treinta años se convirtió en la autora de una fotografía –la fotografía 51– que sirvió para dilucidar uno de los asuntos que más controversia científica generaba entre la comunidad internacional: la estructura del ADN. Pero ella era físico-química. No era bióloga. Quizá no tenía el conocimiento suficiente como para interpretar aquella fotografía y deducir a partir de ella una doble hélice como solución a la incógnita. Y, además, no contó con la ayuda de ningún colega. Fue en ese momento cuando el hecho de ser mujer se convertiría en pretexto. Un compañero de laboratorio tomó aquella fotografía y se la mostró a otros dos científicos, uno americano y otro británico. Entre los tres alcanzaron la resolución al problema de la estructura de la molécula portadora y transmisora de la información genética.
Aquel tridente de científicos hombres logró el Premio Nobel por la dimensión del descubrimiento en el año 1962. Para entonces, Rosalind Franklin llevaba cuatro años enterrada. Había fallecido como causa de un cáncer de ovarios, probablemente provocado por la exposición a los rayos X sin la protección adecuada. Es cierto que la normativa de los Nobel impide la concesión del Premio a personas fallecidas. Y también es cierto que la repercusión del hallazgo fue ganando fuerza con el paso de los años. Pero no es menos cierto que sin el trabajo de Rosalind Franklin la estructura del ADN hubiera permanecido siendo una incógnita algún tiempo más, que los tres científicos reconocidos y premiados no hubieran alcanzado la inmortalidad que la historia les otorga, y que la Ciencia hubiera perdido a uno de sus personajes más notables.
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