El martes, después del sexto Lucky Strike de la mañana y de la séptima llamada al móvil, Javier Romero subió al ascensor, recorrió el pasillo hasta la redacción y abrió la puerta de mi despacho.
- Jefe, el PP volverá a poner al candidato socialista a la alcaldía de Almería; vamos, lo de siempre.
El jefe de informativos de la SER es un experto en el uso de la ironía de trazo grueso-viene de Olula, tierra de pintores: Garren, García Ibáñez, ya saben- pero bajo la apariencia de un exagerado trazo, se esconde siempre la delgada línea roja de la verdad.
-Cuenta y déjate de literatura.
La noticia que alguien le acababa de filtrar era que, apenas en 72 horas, 468 almerienses se habían afiliado al PSOE en la capital.
El libro de los socialistas capitalinos algún día podría ser estudiado como un manual completo de intrigas de barra de bar, chantajes personales, egocentrismos delirantes, lealtades de ida y vuelta y conspiraciones interminables.
Lo que no contaba nadie hasta ahora es que uno de sus capítulos acabaría estando protagonizado por un milagro. Porque a qué si no a una extraordinaria acción divina puede achacarse que, en solo 72 horas -tres días, tres-, los socialistas de la capital hayan aumentado en casi un sesenta por ciento su militancia.
La realidad es tan patética que solo puede ser contemplada o desde el estupor ante tanta desvergüenza o desde la ironía ante tanta torpeza. Casi quinientos almerienses se han caído del caballo en el que tan cómodamente iban montados hasta ahora, han visto la luz divina y al grito evangélico de “el PSOE es mi pastor y nada me puede faltar” han corrido a la tierra prometida de la sede local de Pablo Iglesias.
Como ocurre siempre en los milagros, en éste nadie sabe quiénes son los urdidores de la trama. O, para ser más exactos: lo saben todos, pero nadie se atreve a decirlo porque el que esté libre de pecado que tire la primera preafiliación.
Más allá de la vergüenza ajena que debe provocar en los militantes socialistas de verdad, el espectáculo que ha protagonizado esta semana el PSOE capitalino encierra una gravedad extraordinaria que ha acabado por superar todos los limites. (O no, porque, con algunos de esta partida, en este partido nunca se sabe hasta dónde pueden llegar).
Hasta ahora sabíamos que las familias- “famiglia”, en italiano mejor- habían dominado el aparato para hacer política y, algunos- reitero: algunos-, para imponer concejales, diputados o parlamentarios, colocar asesores a tres mil euros por no asesorar ni hacer nada o enchufar a familiares en servicios públicos. Pero esos grupos de presión, esos lobbies de barrio tenían un nexo común que los uniformaba: todos eran socialistas, aunque cada uno acomodara la política a sus intereses.
La diferencia con el nuevo PSOE de la capital es que, entre el ejército que ha protagonizado el desembarco, hay soldados que antes habían combatido en las trincheras enemigas. Tipos de tanta consistencia ideológica que aún mantienen en sus redes sociales elogios a Franco como creador del bienestar, alegatos xenófobos -los españoles primero-, insultos a Zapatero llamándole payaso y acusaciones a Pedro Sánchez de ser un “cabrón por negociar con ETA”.
Como en todos los partidos, algunos en el PSOE vienen del seminario y eso hace comprensible la histórica regla monacal de que “en cualquier circunstancia y tiempo, todo es bueno para el convento”.
Ante tanto disparate lo único que cabría esperar sería una reacción contundente y preventiva de la ejecutiva nacional acordando dejar en suspenso un desembarco con tanto hedor en su sala de máquinas. Esa decisión desvelaría, además del componente ético de quien la tome- el secretario federal de organización-, la verdadera intención de quienes se han inscrito. Si tan socialistas – y no hay por qué dudarlo- se sienten, no sentirán ninguna perturbación por ver retrasada su afiliación definitiva hasta el verano.
Si lo que de verdad les mueve es ganar la alcaldía de la capital, sesenta días antes o después en la fecha de afiliación definitiva no perturbará su estrategia. Cosa distinta es que la batalla no sean las municipales de 2019, sino la guerra de las primarias del próximo junio. ¿Lo harán unos y otros? No lo harán; a pesar del profundísimo olor a podrido de un desembarco tan increíble, no lo harán. Aunque el argumento para tomar la decisión no admite discusión: es insoportable para la lógica más elemental que, mientras en los últimos cinco años, la agrupación de la capital pasó de 835 militantes (en 2013) a 822 (hasta el 10 de abril de 2018), a partir de esa fecha y, en solo tres días laborables, 468 almerienses hayan decidido afiliarse con el apresuramiento de a quien le va la vida en ello y la ansiedad de los convertidos a una fe socialista que para sí la hubiesen querido los cristianos que morían en el Circo Romano.
Doce horas después de la primicia de Javier Romero hablé con uno de los políticos del PP que mejor conoce (si lo sabrá él, que ha trabajado con todos) las miserias internas de estos grupos encabezados por líderes de barrio o colectivos sectoriales y su respuesta a tan sospechoso desembarco no dejó lugar a dudas.
- En ese desembarco habrá de todo y yo conozco a algunos de los que los han reclutado- me dijo mientras encendía su penúltimo Marlboro antes de ir a la cama- pero no te olvides de una cosa: si yo quiero, en 24 horas vuelven a apoyar otra vez al PP.
Fue entonces cuando regresé al trazo grueso de Javier Romero y a la delgada línea roja de la verdad que siempre se esconde tras el brochazo inteligente de la ironía.
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