El miércoles empieza la Feria del Libro, la feria de mi pasión, como para un crío, supongo, lo sería la feria de las chuches. Sólo le pido al tiempo que colabore para que la Plaza de la Catedral se convierta en el zoco de la alegría, recordando aquella Almería en la que Abén Quzmán escribía que por sus calles “anda suelta la poesía” Y en la Feria no habrá, sólo, poesía ni actos “librescos”, sino actividades y juegos para los niños, música, teatro, cuentacuentos, concursos, homenajes –especialmente emotivo, para mí, el de Francisco Moncada, historia viva de Almería-, entrega de los Premios Argaria del benemérito Gremio de Libreros… Y, ya puestos, la zona es el centro gastronómico de Almería…
Para los locos de los libros, como yo, esa gran librería –mi pecatorio preferido, mi lugar feliz- al aire libre que es la Feria supone una especie de sustitución de mi sangre por la tinta. Y me revitaliza: lo viene haciendo desde que en 1975 -¡43 años, ya!, en una provincia de sólo 400.000 habitantes- celebramos, en el Paseo, la Primera Feria del Libro, auspiciada por el recién fundado Ateneo –que llegó a los 700 socios-, en la que acuñamos una moneda –en realidad, una escultura de bronce, hecha por Perceval- y a diario editábamos una revista titulada “Hoy”. ¡Cómo recuerdo, con infinito cariño y agradecimiento, a José María Artero!
En la Plaza de la Catedral tendré reunidas en una sola –la Plaza: será, pues, no un mercado de libros, sino mi almario expandido y feliz- a las Librerías clásicas y a las noveles: Picasso, Nobel, Zebras –la íntima de Isabel, la hija de mi inolvidado Miguel Naveros-; Bibabuk, IEA, UAL… y Editores almerienses, cada día más numerosos... La oferta es infinita.
Yo, que vivo solo pues mi familia está en Madrid, no vivo solo, sino con mis libros: unos ejercen de padres, otros de hijos, los más, de amigos, porque leer es dialogar: el libro nos habla, le hablamos, nos contesta... Unas veces coincidimos y otras discordamos y nos paramos a pensar en nuestras diferencias; me abren un camino ilusionante o me meten en un vericueto endiablado... Cada libro es una caja de sorpresas: donde menos se espera, salta la liebre. Se empieza a leerlo creyendo que va a tratar de algo concreto y, de pronto, surge la sorpresa de un argumento, de una frase, de un pensamiento absolutamente inesperado: el libro es un amigo muy locuaz. Y, en mi caso, me hace vivir las vidas de sus protagonistas, pues leo cinematográficamente: le pongo cara y tipo a sus personajes, imagino los lugares de la acción, vivo sus tensiones...
Se explica, así, que todas las semanas vaya a la Librería Picasso, cuya historia he vivido desde su fundación. Tenemos tanta confianza y amistad el personal –asesores de placer- y yo, todos, que un día, de broma, dije que la Librería debíamos convertirla en un barco pirata y a quienes estábamos allí, en su tripulación. Ismael le puso el nombre, “Molly Morena”. Elegimos capitana a María del Mar; Ana Amezcua, se ocupa de los instrumentos de navegación; Encarni, que se confesó cobardica, jefa de intendencia en tierra; Isa, Maestra del loro; Ana, encargada de la santabárbara; Sandra, clasifica y reparte los botines… Todos los demás, piratas rasos. El último incorporado, Fausto, mi nieto, ya grumete oficial.
Y tal vez lo del barco pirata fuese una alegoría inconsciente: navegar en alta mar es ser libre. Y los libros nos enseñan a serlo. Como escribió Francisco Giménez Alemán en la revista de la Feria de 1977: “los libros alimentan... Son un plato caliente, suculento... Quiera Dios que esta Feria del Libro lleve a cada paisano, hambriento de cultura, una más extensa noticia de la libertad; de esa libertad que el hombre alcanza cuando su espíritu se enriquece y sus saberes se amplían” Y no se olvide: para pensar es indispensable ser libre.
Por ello, sacar la cultura a la calle, popularizarla, ha sido, para mí, una especie de obsesión, inspirada por una frase que leí de Fernand Leger “los museos cierran a la misma hora en que los obreros salen del trabajo”. Y la calle no cierra ni una librería es un museo. Y, en el sentido que emplea Leger, todos somos obreros. Por ello, centré mi discurso de toma de posesión del Ateneo, el 30 de junio de 1978, en esa orientación: un Ateneo popular, para todos, en la calle... Y es que la cultura es el medio más valioso de liberación. Y los libros, los instrumentos más valiosos de la cultura. De ahí el furor de la censura, las quemas históricas de libros...
En la Feria, los libros salen a la calle en busca de cada uno de nosotros. ¡Encontrémonos! Los libros alegran la vida.
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