La mujer y la mar océana

Mar Verdejo
00:42 • 28 abr. 2018

Siempre quise surcar la mar océana a lomos de un elegante y saltarín delfín gris y, como dice mi amigo y poeta Javier Irigaray, “cuidado con lo que sueñas porque los sueños no sólo se hacen realidad sino que éstos nos sobrepasan en imaginación”. Los sueños se hacen inabarcables como un atardecer, de febrero, en la Playa del Cabo de Gata, de Almería. Allí la arena canta bajo los pies, mientras regresan para vararse las pequeñas embarcaciones de los pescadores artesanales del Parque Natural. Tuve un sueño: estudiar las ciencias que están inmersas en el océano, pero no pudo ser, aún así inventé juegos en el mar junto a un hermoso y juguetón delfín gris. Y puedo danzar, incansablemente, con peces curiosos en playas vírgenes.


Hay una mujer en Almería, que no pasea con un gorro de lana rojo por las calles de esta ciudad o por los mares del sur del sur, y que atesora la sabiduría de los fondos oceánicos. Ella sabe que lo que escribió el poeta José Ángel Valente es cierto: “El atún es un dios. Podría llevarnos sobre el lomo sangriento al ciego reino de las sombras. Su cabeza, fina para el cuerpo enorme, tiene un aire ingenuo, casi jovial, apenas sorprendido”. Una mujer, que estudió las ciencias del mar, convencida, como los que habitamos en la arena, que hay una la escuela en el fondo del mar: “¿Conoces la escuela/ del fondo del mar/ “donde los pescaditos se van a estudiar?”, dicen los versos de la maestra Celia Viñas. En esta escuela te enseñan qué significa el sonido del mar que sale de lo más profundo de las caracolas. En esta escuela, quizás, también te enseñen lo que escribe el mar en el horizonte, que te cuenta cuándo va a cambiar el viento de Poniente a Levante o viceversa. Es la lectura cotidiana para los que habitan en los pueblos mágicos marineros. Son líneas secretas y claras escritas de azul en el horizonte y que sus moradores leen, como el que lee una partitura al tocar una trompeta oxidada por el salitre, o los caligramas en forma de surcos sobre la piel bronceada por el sol.


No te sorprendas si te la encuentras con aletas, tubo y gafas, incluso con una escafandra, o recogiendo las redes en alta mar, contando peces y haciendo complejas gráficas con esas cifras, o sonriendo con el neopreno bajo el mar tumultuoso. Incluso la verás pasear por la arena del playazo mientras sueña con chancas, salinas, reservas marinas, pesca artesanal, lechos de posidonias, peces azules, y chiquillería entre nasas y alcatruces sobre los que sobrevuelan pájaros sonrientes. La mujer océana tiene una mirada femenina para solucionar los problemas, posee formación para enriquecer y hablar, para debatir y convencer en los más altos foros políticos de pescadores. Y, a pesar de que conoce el mar y su ciencia exhaustivamente, el patrón de pesca artesanal, Luis Rodríguez, dice con admiración: “ella se mete en el mar porque no sabe lo que hay”. El patrón, es un hombre inteligente, y va conformando su tripulación cada vez con más mujeres que aman el mar: “la mujer, es la única que puede salvar al mar”. La ciencia y la mar formaron a esta utópica mujer océano, y por eso tiene la cualidad de enriquecerse y aprender, y de aprender y solucionar. 



Gracias, Macarena Molina Hernández. Gracias por hacer posible el transitar por las corrientes marinas infinitas e infatigables. Como tú dices: “no sabemos hacia dónde nos llevará el mar”. ¿Qué más da? Lo importante es el camino, no la playa donde descansaremos. Estamos emprendiendo rutas, con y sin mapas y cartas náuticas sorprendentes, llenas de conocimiento, fantasía y vivencias. De tu mano voy, como una niña fascinada, de marea en marea, hacia la escuela del mar tarareando, como lo hace la cantautora chanqueña Sensi Falán, en la “Elegía del niño marinero” del poeta Rafael Alberti: “¡Qué humilde estaba la mar/ ¡Él cómo la gobernaba!/Tan dulce era su cantar, / que el aire se enajenaba”. Porque no puedo vivir sin el mar, no hay manera.





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