Defendía Tarradellas que el ridículo era el último lugar al que nunca debería llegar un político. El penúltimo debería ser la inconsistencia.
Lamentablemente, en este tiempo de adolescencias casi nadie le hace caso y uno de los que con más asiduidad se acercan a tan indeseado destino es Pedro Sánchez. Esta semana ha vuelto a regresar a ese peligroso escenario y lo ha hecho en Albacete donde, con una ligereza que da escalofrío cuando quien la practica es alguien que aspira a presidir el gobierno, ha chapoteado en el charco del agua proclamando que su objetivo es poner fin a los trasvases. No (o no solo) oponerse a la construcción de nuevas obras de infraestructuras hidráulicas sobre las que trasvasar agua de una cuenca a otra, sino, como reiteró en un tuit a las pocas horas, poner fin a los mismos. La ambigüedad es el mejor y más tramposo desfiladero para el mal político que quiere quedar bien en todos los sitios, pero uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras y el aspirante a presidente debe saber que solo se pone fin a lo ya iniciado, no a lo que nunca comenzó. Sánchez dijo lo que dijo y no lo que otros quieren decir ahora que dijo.
Como podía haber pronosticado hasta el más infantil de los meteorólogos de la política, sus palabras han desencadenado una tormenta de críticas en territorios tan poco propicios para su cosecha electoral como Murcia, Valencia o Andalucía, tres comunidades distintas con un solo resultado verdadero: en ninguna gana el PSOE en las generales. Una realidad que, con posiciones como las sostenidas, no solo no va a mejorar el pronóstico, sino que lo va a empeorar aún más.
En un intento para que amainara el temporal, días después escribió -o le escribieron; ¿Narbona quizá?- un artículo en La Verdad de Murcia en la que, para matizar su posición, citaba sin énfasis al Tajo-Segura para cobijar bajo el paraguas de la modificación en los ciclos climatológicos que cada vez llueve menos y que, por tanto, los trasvases no eran instrumentos que garantizaran de forma permanente la llegada del agua. Su argumento es tan sólido que ya en el Génesis se alude a los ciclos de sequía que padecía el Nilo de los egipcios y, desde entonces -y desde antes-, ha continuado lloviendo y los ríos han continuado vertiendo agua al mar. Sin ir más lejos, en los últimos veinte días el Ebro ha desembocado en el Mediterráneo más hectómetros cúbicos de agua que los que consume España en todo un año.
Claro que, cuando se navega en medio de argumentos complejos, cualquier criterio puede ser empeorado por el que le sigue a continuación. Y, a continuación, en ese artículo el aspirante por tercera vez a dirigir el país calificaba de “demagógico el eslogan de ‘Agua para Todos’, no pasando de ser mas que un mero recurso electoralista, germen de una estéril confrontación territorial”.
Es incuestionable que (aún a riesgo de contradecir a la termodinámica) el agua, en términos políticos, es el líquido más explosivo y que ningún partido es capaz de vencer la tentación de utilizarla para sus intereses. Todos lo han hecho y lo seguirán haciendo. Pero, más allá del eslogan, el argumento que encierran esas tres palabras es una aspiración solidaria, ética, social y económica irrenunciable.
Puede discreparse sobre cómo satisfacer la aspiración de “Agua para Todos”, pero no sobre la aspiración misma. Y en alcanzarla no deben descartarse ningún medio por convencional o innovador que sea. Desde los trasvases hasta las desaladoras, desde la reutilización de las residuales a las aguas subterráneas, desde las pantanetas prehistóricas a la ultimísima tecnología para optimizar su uso, cualquier sistema debe ser utilizado para garantizar las demandas de consumo o industriales.
Este fin de semana Pedro Sánchez estará en Murcia y sería de desear que dejara clara la posición del PSOE sobre los trasvases presentes y futuros. La yenka (izquierda, izquierda, derecha, derecha, p’alante, p’atrás, ¿recuerdan?) fue un baile muy socorrido en fiestas de barrio antiguas y es una estrategia muy practicada por el nuevo PSOE, pero gobernar el país no es tarea para adolescentes políticos poniendo la música en función de la verbena donde actúen.
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