Puñales, venenos y cremas

Aunque entender las cosas es el primer paso para dejar de temerlas, por más que podamos discernir el impulso o el origen del innecesariamente cruel desenlace del caso Cifuentes, no creo que nadie pueda sentirse tranquilo o cómodo con lo sucedido. Nadie que no sea intrínsecamente malvado, claro está, porque la humillación pública a la que ha sido sometida la ya ex presidenta de la Comunidad de Madrid es de las que producen sentimientos intercambiables de conmiseración y miedo. Quizás haya quien considere que la exhibición periodística del infamante episodio de las cremas robadas no es más que la actualización del viejo método del puñal y el veneno que tantas veces han visto los mármoles de los palacios más solemnes y las páginas más graves de la literatura. No lo tengo muy claro. Pero si de algo nos sirve haber llegado al S. XXI es para tender un trazado de líneas básicas de respeto a la dignidad de las personas que no deben traspasarse en ningún caso. Y evidentemente no se trata de justificar ahora unos actos tan chuscos como robar dos botes de crema facial, o tan estupefacientes como insistir en haber cursado un máster que ni has hecho ni nadie te ha exigido. Lo que quiero decir es que la pellejería suprema de conseguir y conservar -durante siete años- unas imágenes privadas para su reproducción posterior en el momento oportuno, refleja bien dos cosas: la primera es la confirmación del viejo aforismo de que en política el rival no es quien ocupa la bancada de enfrente, sino el compañero que se sienta a tu lado. Y la segunda es el tono caníbal que ha alcanzado ya la política en España. Me pregunto cuántas imágenes o dossieres comprometedores esperan en estos momentos, guardados en un cajón, a que alguna mano interesada quiera sacarlos a la luz. Y creo que eso nos debe inquietar más que los líos o los cambalaches de los partidos y sus cargos. Si asumimos con naturalidad que la acción política nace también de la búsqueda en la basura, mal futuro nos espera a todos.