En estos tiempos de acelero y olvido, tener memoria empieza a ser un gesto revolucionario. Nada que no esté al alcance de un buscador de internet parece importar ya a nadie y da igual si los hechos que se nos ofrecen son verdad o simplemente convenientes. Y tampoco parece existir demasiado interés por conocer la realidad de las cosas, porque hay mucha gente dispuesta a asumir con gusto el primer relato que se les ofrezca en la pantalla más próxima.
Digo esto para situar el estado del debate sobre el llamado Pingurucho y los árboles de la Plaza Vieja. Sé que no es un tema novedoso, pero créanme que por encima del google o de la memoria, en mi caso está la conciencia. Así que, de entrada, señalaré una apreciación personal: lo que es el Pingurucho no es lo que algunos pretenden que sea. La reacción predominante del almeriense ante este asunto es la indiferencia. Con esto pasa igual que con tantos otros temas candentes que agitan, conmueven y ocupan al reducido cogollito habitual de “afavores” y “encontras” de Almería. La realidad de la calle por un lado y el runrún de los ilustres por otro. Almería es así, qué le vamos a hacer.
Pero volvamos al tema de la burbujeante posverdad. No deja de tener su gracia que los que ahora están que tocan el cielo con las manos por el Pingurucho y los árboles de la Plaza Vieja son los mismos -pero los mismiticos- que presentaron en la primavera de 2000 el anteproyecto de la Junta que contemplaba la salida del Pingurucho y los árboles de la Plaza Vieja. Lo sé bien porque yo cubrí la rueda de prensa en donde Junta de Andalucía, PSOE e IU, anunciaban la iniciativa de sacar el Pingurucho y los árboles de la Plaza Vieja. No sé si lo habré dicho alguna vez. Y aunque lo presentaron a los almerienses como la consumación de un proyecto ideal lleno de ventajas, ahora consideran que esa actuación supondría una calamidad y una vulneración y una afrenta y un deterioro para toda Almería. Lo dicho: tener memoria empieza a ser un gesto revolucionario.
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